Capítulo 1

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Café.

Prepararlo, servirlo, y entregarlo.

En eso había consistido mi vida los últimos tres meses.

Meses en los que entendí lo que era tener un corazón roto.

Meses en los que fui armando una coraza a mi alrededor.

Meses en los que no supe nada de él.

En aquel momento me encontraba sirviendo otro de los tantos cappuccinos que había preparado en ELE, cafetería donde había empezado a trabajar gracias a Liv. Ya que el negocio le pertenecía a sus padres, me ayudó a conseguir el puesto de barista.

Ya sé qué se deben de estar preguntando... o al menos una de sus preguntas.

¿Liv sabía lo ocurrido con Derek?

No, y tampoco pensaba decírselo.

Sabía que Liv y, bueno, cualquiera que tuviera sentido de la razón estaría de mi lado.

«Oye, el chico del que me enamoré realmente se acercó a mí porque mi padre desaparecido lo contrató para espiarme. Ajá sí, casual».

Podía hacerlo, contárselo, pero aquello implicaría dos cosas.

La primera era que debía hablar de eso, y no estaba en mis planes revivir lo mal que estuve, lo perdida que me sentí.

Y la segunda era que se trataba de Liv, persona que conocía a Derek desde niña, y misma que haría un enorme escándalo vengativo acerca de ello. Preguntas, teorías y venganzas se tornarían parte de todos mis días y lo que yo quería era dejarlo atrás, no escuchar su nombre todo el tiempo.

Lo que menos quería era escuchar su nombre.

Mi cabello había crecido, o tanto como pudo durante esos meses. El poco peso que perdí en los primeros días, lo recuperé rápidamente. Mi cuerpo era el mismo. Mi cara también. Era yo, pero una yo diferente.

Vivía mi vida diaria como debía, como me lo propuse, fuerte y firme, y lo lograba casi a la perfección. Pensé que sería en apariencia, en la superficie que había creado, y que cuando estuviese sola, la perfecta muralla de control colapsaría. Temía que eso sucediese, pero no lo hizo. Temía perder el control con el que había ordenado mi vida, pero no lo hice.

Cada día me despertaba, me vestía, iba a trabajar y volvía a casa. Dejé de llorar, de sufrir, y ni siquiera me había dado cuenta de ello. Lidié con mis problemas sin darme cuenta. Reaccioné mejor de lo que pensé. Porque sí reaccioné. Y me percaté de que si toda la verdad no iba a destrozarme, pues nada más podía hacerlo.

Porque sí, pensé que me había destrozado. Que no quedaría ni una pizca de fuerza en mí. Realmente lo pensé. Y por un tiempo, así fue.

Me cerré a todos.

De todo.

Pero no fue un tiempo tan largo.

La primera semana lloré hasta que mi cuerpo no botó más lágrimas.

La segunda semana me perforé la cabeza intentando olvidarlo todo.

La tercera semana odié el mundo entero pues estaba llena de rabia y cólera.

La cuarta semana empecé a recomponerme.

La vida no tenía ningún interés en detenerse, así que, o seguía adelante con ella, o me llevaba por delante. Y ya bastantes personas me habían llevado por delante para dejarme.

¿Estaba depresiva? No. ¿Aislada del mundo? No. ¿Me había vuelto una perra? No. La palabra que usaría para describirme sería resignada.

Se dice que hay cinco etapas de duelo. Negación. Ira. Negociación. Depresión. Aceptación.

ABISMO © [Disponible en físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora