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Alexandra

Me había dolido ver a Eros de ese modo.
Me había dolido mucho.

Él siempre que me vio en mal estado, me ayudó. Entonces ese era mi turno para hacer exactamente lo mismo.

No me importaba pasar días enteros a su lado si eso hacia que de sus ojos no se desprendiera ni una sola lágrima más.

No me importaba cuando me hacía tan feliz saber que mis tonterías lograban hacerle sonreír.

Eros se había vuelto un gran amigo para mi y parecía que se convertiría en algo más.

Nunca tuve del todo claro si le llegaría a amar.
Si los sentimientos cambiarían hasta tal punto.

Lo que si supe siempre fue que le necesitaba, porque cuando estaba mal, su compañía me ayudaba a mejorar. Me llenaba de algún modo.

Más de lo que podía admitir en realidad.

Se había hecho tarde, pero él me había dejado quedarme a dormir allí.

Al principio no supe si aceptar era la decisión correcta, al fin y al cabo quería otorgarle espacio. Lo suficiente para que no se viera abrumado. Quería permitirle respirar.

No obstante, no quería que él recayese y no podía dejarle solo sabiendo que podía ocurrir.

No estaba en mis mejores condiciones y se que él menos.

El apoyo mutuo no nos venia mal a ninguno de los dos.

Por ese motivo me quedé con Eros esa noche.
Porque él me necesitaba a mi y yo le necesitaba a él.

Debido a la incomodidad para dormir por la ropa que llevaba puesta de las horas anteriores cuando había salido de casa, Eros me quiso prestar ropa suya.

El conjunto que me dio era sencillo. Un pantalón de chandal junto a una camiseta básica. Ambas cosas me quedaban inmensas, pero por otro lado me gustaban.

Además de que su olor estaba completamente impregnado en ellas, cosa que me agradó de sobremanera.

- Si te la devuelvo será porque has tenido suerte - le afirmé sonriendo.
- No sé si sabes que eso sería robo y no me creo que seas cleptómana - me dijo él gruñendo aunque supe que no le molestaba en lo absoluto.
- No, me lo has dejado tú por propia voluntad - respondí riendo por su gesto.
- Prestar y regalar son términos diferentes - afirmó antes de sonreírme.

Acto seguido me quité la camiseta que llevaba puesta, y tras hacerlo se la tiré a la cara.

Después de haberlo hecho me dirigí a uno de los cuartos de baño de la casa, al más cercano de su habitación.

Allí, me puse lo que él había dejado en mis manos momentos antes. Cabe destacar que sabía que él vendría por mí después de haberle arrojado mi camiseta, por lo que fui prevenida, y cerré con pestillo.

Nada más me cambié y abrí la puerta me le encontré ahí parado con una sonrisa cínica que parecía estar hecha por un psicópata de alto riesgo.

Le quise cerrar la puerta en la cara, pero él se adelantó a poner un pie tras adivinar mis intenciones y acto seguido consiguió cogerme como si fuese un saco de patatas.

Yo pataleaba e incluso le mordí varias veces el hombro, pero ni se inmutó. O al menos lo pasó por alto.

Me cargó hasta su habitación y cerró con seguro. Temí por su venganza, pero a la vez no paré de reír por la situación, pareciendo de ese modo que la que estaba completamente demente era yo.

El amor y sus consecuencias [Consecuencias I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora