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Alexandra

Siempre había soñado con tener una habitación como aquella y poder saber que podría ir allí cada vez que quisiera, me alegró.

Era cierto que estaba un poco triste. Pese a estar feliz con Eros y con la bonita cita que habíamos tenido, tenía miedo.

Nunca llegué a ser feliz del todo, eso lo sabía.

No obstante, siempre que lograba serlo terminaba pronto.

En ese momento me era inevitable no recordar las palabras que tanto había escuchado en los últimos meses: "después de la tormenta siempre viene la calma".

Siempre me pareció estúpido que me dijeran aquello. No siempre venía la calma.

Y mi vida parecía estar destinada a no dejar de llover.

Me daba miedo que todas mis inseguridades y miedos afectasen a mi ahora relación.

Luchaba por quitar esos pensamientos de mi cabeza, pero al final siempre volvían.

Mi mente siempre me terminaba venciendo, sin pararse a ver las consecuencias.

Eros aún así no se rendía conmigo.

Él siempre era quién más me ayudaba.

Me hacía feliz, pero me inquietaba la idea de que la felicidad que él lograba proporcionarme no fuese suficiente.

No para salvarme.

Desde hacía ya unos años, el tema de seguir con mi vida había dejado de ser algo que quisiera.

Era una cria cuando todo se empezó a desmoronar.

¿Por qué tendría que seguir con algo que me dolía?

Fácil, sería una decisión muy fácil acabar con todo. Pero no solo me afectaría a mi en el acto.

Muchas veces había llegado a pensar en terminarlo, pero me arrepentía al instante. Deteniéndolo antes de que llegase a más de simples pensamientos.

¿El motivo?

Mis padres principalmente, y Erick, y bueno, por un tiempo Adrien. Pero teniendo en cuenta que el último esta muerto, fue una razón menos por la que vivir.

Estos pensamientos me perseguían y acechaban cada día.

Sabía perfectamente que era capaz de hacerlo y por ello insistía tanto en ser salvada.

Otra de las muchas cosas que sabía, es que no debía recurrir a nadie para esto último.

Debería hacerlo sola, pero viendo que sola no podía, me aferré a Eros ciegamente.

Sin saber qué pasaría al final.

Por el momento quise disfrutar, olvidarme de todo. Centrarme única y exclusivamente en el chico que me miraba con adoración y brillo en sus ojos azules.

Y cada vez que le miraba, apreciaba la posibilidad de que quizás esta vez, si que hubiese calma.

Quizás él era mi calma ante la tormenta.

Y me alegraba de estar en sus manos.

Al fin y al cabo siempre supe que él no me dejaría caer.

Nunca lo haría.

- ¿Qué quieres comer? - preguntó la persona que habitaba constantemente en mis pensamientos sin saberlo.
- Mmm, arroz - respondí sin detenerme mucho a pensarlo.
- ¿Con que?
- Con pollo.
- Te noto poco conversadora, ¿estás bien?
- Si, solo algo pensativa.
- ¿Y se puede saber que piensa tu pequeña y maliciosa mente?
- En ti, piensa en ti.
- Espero que nada malo, bonita - dijo alzando una ceja.
- No, tranquilo. Malo no es. Es mucho peor - confesé de forma irónica.

El amor y sus consecuencias [Consecuencias I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora