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Eros

Las palabras salidas de mi boca habían sido completamente sinceras.

Desde que Alexandra había aparecido en mi vida por aquella estúpida coincidencia, todo había cambiado.

No hacía falta conocer a alguien durante años para que esa persona sea importante para ti. En simples meses ella se había vuelto esencial en mi vida.

Se había convertido en mi mundo.

Cada sensación que ella me proporcionaba, me afectaba de una forma intensa.

Era incluso capaz de notar su mirada sobre mi, pese a estar de espaldas.
Era capaz de saber como le afectaban determinadas cosas, sus reacciones ante ello.

Por ejemplo, cada vez que la molestaba, al insultarme, fruncía el ceño.
Cuando le decía alguna cosa tierna, se sonrojaba y en repetidas ocasiones, por cualquier cosa, rodaba los ojos o los ponía en blanco.

Esa era una de sus manías. Algo que la caracterizaba.

Tras unos pocos segundos, ella se separó de mi pecho para alzar la vista y clavar su intensa mirada sobre la mía.

Sus ojos me cautivaban.
Me hechizaban.

La forma en la que ella me miraba me volvía completamente loco.

La belleza que ella emitía era inefable, esa era la única forma de describirlo.

Porque simples palabras no serían capaces de hacerlo.

Acaricié su mejilla con mi pulgar, notando conexión con ese simple tacto.

Ninguno de los dos decía nada, pero nuestros ojos parecían decirlo todo.

Con ella podrían pasar minutos en aquella simple posición, que al final se resumían en segundos para mi.

Porque al mirarla me perdía. Entraba en un trance.

El trance más bello que había podido presenciar.

Cada vez que la miraba, me cercioraba de que la amaba. De que nuestro amor iba a perdurar.

Podría jurar que mi amor sería sempiterno, que no tendría fin.

Lo nuestro no lo tendría. No podía tenerlo.

- Te quiero, Alexandra - murmuré acercándome a sus labios.

Cada vez que mencionaba esas palabras, algo se instalaba en mi vientre.

Siempre pensé que el término de sentir mariposas en el estómago era falso hasta que yo mismo me hallé en esa situación.

Quería a esa chica, la quería mucho. Y era mi primera vez sabiendo lo que era querer a alguien de un modo tan fuerte. De un modo tan bonito.

No podía mentir diciendo que nunca sentía algo de miedo, y es que, yo conocía de antemano lo que era perder a las personas que más quería y nunca nadie me garantizaba que nunca volviese a ocurrir.

Me quería quedar con nuestro presente, ya que todo estaba siendo maravilloso.

Pero aún así, había momentos en los que me ponía a pensar en qué pasaría si realmente todo saliese mal.

Me era inevitable no hacerlo.

Me hubiese encantado poder presentar a Alexandra a mis padres, porque estaba seguro de que a ellos les hubiese encantado y hubiesen estado felices por mí. Por lo nuestro.

Pero eso no podría ser, jamás podría ser.

Finalmente, terminé separándome de sus labios y miré la hora. Pronto sería hora de cenar, por lo tanto debía preguntarle lo que quería y entonces volvería a cocinar para ella.

El amor y sus consecuencias [Consecuencias I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora