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Eros

La relación que tenía con Alexandra crecía de forma rápida. Imparable.

Nunca esperé encontrar todo lo que ciertamente hallé en la bella personalidad de aquella chica de ojos grisáceos.

Ella era un gran tesoro, esa clase de tesoro el cual es inevitable no sentirse afortunado de tener.

Y ella era parte de mi vida. Vaya que si lo era.

No estaba enamorado. No aún.

Aunque cada vez que estaba a su lado, una mezcla de sentimientos se apoderaban de mi organismo. Haciéndome sentir las llamadas mariposas en el estómago desde que la había visto por primera vez.

Desde aquella primera vez supe que ella iba a ser importante en mi vida.
Supe que iba a ser yo mismo quien tratase de borrar toda la tristeza reflejada en sus ojos.

Al fin y al cabo, sin aquel dolor en ellos, se vería incluso más bonita.

No sabía como terminaría lo que recientemente parecía surgir entre nosotros.
No sabía si yo terminaría sufriendo por ella, pero no era algo que realmente me importase o me preocupase.

No desde que había visto lágrimas provenientes de sus ojos.
No después de que verlo fuera algo que me dolía.

Desde mi punto de vista diré que Alexandra Black era el claro ejemplo de como los daños conseguían quebrar a una persona, por muy fuerte que esta fuera.

Pese a todo, ella estaba tratando siempre de mostrarle una sonrisa al mundo. A su entorno.

Incluso cuando en su interior no tenía ganas de sonreír.

Me preocupaba por su estado. No quería verla mal.

Necesitaba que ella estuviera bien para yo también poder estarlo.

Después de nuestra salida, quise saber si había conseguido distraerla, hacer que estuviera feliz. Me conformaría con saber que se lo había pasado bien. Conmigo.

Tras pensarlo durante un rato sin saber que más hacer, no lo aguanté y le mandé un mensaje para volver a hablar con ella, este decía: "Se me había olvidado echarte en cara que no sabias nadar".

Una estupidez sin motivo aparente. Pero hasta el mínimo detalle me servía con tal de saber de ella.

Alexandra no tardó apenas en responderme: "No mientas, solo era demasiado profundo y no quería dejarte solo para que te ahogaras".

Su mensaje me hizo ampliar la sonrisa ya que ambos sabíamos que no era cierto.

El último mensaje fue mio, y lo que ponía no era más que: "No mientas tú, sé que te encantaba mantenerte entre mis brazos".

Tras aquello, no hubo nada.

Pasaron unos 10 minutos aproximadamente y ella seguía sin responder a aquel último mensaje.

Pensé que tal vez se había dormido, pero entonces mi móvil comenzó a sonar.

Era una videollamada entrante de ella.

No iba a perder la oportunidad de hacer llamada con ella, así que como un auténtico desesperado, cogí el teléfono y descolgué lo más rápido que pude antes de que la llamada se cortara.

- Eroooooos - saludó ella con una pequeña sonrisa mientras alargaba mi nombre.
- ¿Ya me echabas de menos? - pregunté devolviéndole la sonrisa.

Alexandra rodó los ojos y terminamos hablando durante tres horas más, hasta que ella se durmió.

El amor y sus consecuencias [Consecuencias I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora