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Alexandra

Al día siguiente no fui a clase. Ni al siguiente tampoco.

Me encontraba en una especie de trance, estaba atrapada en mi propia mente.

Pasé esos dos días en la cama y únicamente me levanté para ir al baño en alguna ocasión.

No dije palabra en esos dos días, ni tampoco respondí a los mensajes de mis nuevos amigos.

Era difícil explicar mi situación.

Mi mente estaba en blanco, pero a la vez procesando miles de pensamientos a la vez.

Este raro trance en el que me encontraba finalizó cuando tuve a Eros y a Erick en el umbral de la puerta mirándome fijamente con cara de preocupación.

- Hola chicos - les dije después de unos segundos que parecieron eternos.
- Más de cuarenta y ocho horas ignorando el teléfono, ¿y solo vas a decir "hola chicos"? - soltó Erick incrédulo ante mi simple reacción.
- Erick, no te alteres, seguro que ha tenido sus motivos - le respondió Eros tratando de defenderme y calmar el nerviosismo de nuestro mejor amigo.
- Eros, él tiene sus motivos para enfadarse por esto, lo siento mucho por haberos preocupado chicos, pero no estaba bien.
- Por eso mismo deberías de habérnoslo dicho, para no estar mal y además sola - me dijo Erick aún molesto.
- A veces hay que pasar tiempo a solas contigo mismo. Y además tú ya sabes de sobra como soy.
- Alexandra, te entiendo, pero lo que ha dicho Erick es cierto. Debiste decírnoslo para así poder ayudarte y tratar animarte - me dijo Eros mientras cogía mi mano y la acariciaba, evitando de ese modo que una respuesta mucho más grosería saliera de los labios de Erick.

Después de que Eros dijera aquello me sentí culpable.

Les había preocupado y eso era lo único que quería evitar

Tras unos segundos en un silencio algo tenso e incomodo, Erick lo rompió.

- Cómo imagino, en estos dos días no habrás probado bocado, ¿verdad? - me preguntó Erick haciéndome volver a sentir culpabilidad.
- No, no lo he hecho, Erick - admití en un susurro avergonzada. No tuve apetito para hacerlo.
- ¿Sabes que tampoco debes hacer eso no? Aunque estes mal debes comer, no quiero que vuelvas a ser ingresada por ello Alexandra, sabes que te quiero y no soporto la idea de verte tan débil en una camilla de hospital - me respondió Erick agarrándome la otra mano.

No sabía como reaccionar. Sabía que la había cagado.

Ahora era tarde, había más gente en mi vida.

Ya no podía irme y volver cada vez que lo quisiera.

- Lo siento chicos. Os quiero, os quiero mucho - afirmé con toda la sinceridad que tenía.
- Y nosotros a ti, pero ahora es hora de merendar. La comida a domicilio estará a punto de llegar - dijo Erick ya más animado al haber cambiado de tema.

Estaba feliz por el apoyo recibido, pero dolida por provocarles preocupación.

Pese a todo, sabía que ellos tenían razón en que mi comportamiento no había sido el mejor ni el más inteligente.

Justamente un par de segundos después de que Erick mencionara la comida a domicilio, el timbre sonó y todos bajamos. Asumí que se apoderarían de mi casa y no me molestó.

Necesitaba su compañía en esos momentos, aunque quisiera negarlo, no podía.

En mi salón, tres cajas de pizzas familiares yacían en la mesa, era demasiado para tres personas.

- ¿No creéis que es demasiado? - pregunté a los dos chicos que ocupaban casi todo mi sofá.
- ¿Demasiado? Aún tienen que traernos unas hamburguesas, Alexandra, ¿en qué mundo esto es demasiado? - preguntó Erick, señalándome lo que ya sabía. Que era un completo descerebrado.
- En el mundo de la gente normal. Mundo en el que se ve que tú no has nacido - respondí poniendo los ojos en blanco ante su respuesta.
- Odio que hagas eso - me dijo tirándome un cojín que gracias a Dios paré antes de que me diera en la cara.
- Yo te odio a ti, simio sin cerebro - respondí tirándole el mismo cojín pero con la diferencia de que este si le dio en la cara. Acertó su objetivo.

El amor y sus consecuencias [Consecuencias I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora