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Eros

Cada vez que la besaba el sentimiento hacia ella crecía.

No sabía que tenía la chica de bonitos ojos frente a mi, pero era algo que me encantaba.

Por ella hacía cosas que nunca pensé hacer.

Como coger una gran escalera a las tres de la mañana y subir hasta un balcón solo por estar unos pocos minutos a su lado.

Pero supongo que estas son las cosas que se hacen por amor.

- Espera, espera, espera. ¿Por qué no me has enseñado este pijama en la videollamada? - pregunté mientras por mi mente cruzaban diversas formas de meterme con ella.

Llevaba un pijama con estampado de ovejas, al igual que un moño mal hecho.

Lo más sorprendente es que a pesar de estar así, seguía estando preciosa.

Lo que no espere fue la colleja que me llevé segundos después.

- Auch - dije ofendido.
- Eso te pasa por reírte de mi. Estúpido - respondió mientras me miraba bastante mal para tener un aspecto tan dulce.
- ¿Tus zapatillas son conejitos? ¿Enserio? - añadí observándola detalladamente sin poder contener la risa.
- ¡Ya vale! Deja de mirar mi bonito pijama, tengo mucho más estilo que tú - se quejó sonrojándose de manera notoria al momento.
- Eres tú la que además de tener un pijama con ovejas, unas zapatillas de conejitos, un moño del que mejor no hablar, ahora está roja como un tomate - reí atrapándola con mis brazos.
- Te odio - murmuró rodando los ojos.
- Sabes que no es verdad - respondí tirándola sobre la cama, dispuesto a hacerla cosquillas.
- Ni se te ocurra - advirtió con un tono amenazante y un dedo que me señalaba acusador.

Hice caso omiso a su advertencia, por lo que comencé a hacerle cosquillas y si paré, fue porque me mordió el brazo con demasiada fuerza.

- Auch - dije por segunda vez en la noche.
- Te lo advertí - mencionó sonriéndome de forma extremadamente cínica.

Y posteriormente la tenía encima de mi, agarrándome las muñecas y mordiendo mi cara. Era una situación bastante graciosa teniendo en cuenta la diferencia de tamaño.

Sin duda alguna, Alexandra Black pese a su diminuto tamaño, tenía una gran fuerza, cosa que volvió a demostrar al morderme la punta de la nariz sin ningún motivo aparente.

- ¡AUCH! - grité teniendo un pequeño deja vu por tercera vez.
- No grites idiota. Mis padres están en casa - mencionó entre susurros.
- Vale pequeño microbio mandón - respondí poniendo mi nariz sobre la suya.
- Estúpido - repitió haciéndome sonreír.
- He notado que tienes cierta obsesión con esa palabra.
- Quizás es porque te define muy bien y tengo que repetírtela - contraatacó mordiendo mi mejilla derecha.
- También he notado que tienes cierta obsesión con morder. Eres peor que un perro - me burlé acariciando mi mejilla adolorida.
- ¿Me estas llamando perra? - preguntó indignada.
- No, yo no lo he dicho. Tú en cambio, si lo has hecho - la respondí dejándola debajo de mi.
- Te odio - dijo para después callarme con un beso.

Y así transcurrieron las dos siguientes horas, entre besos e insultos.

Supe que tenía que irme, ya que aún tenía que ir a clase al ser viernes en apenas unas horas.

- Mañana a las siete vengo a recogerte, ¿vale? - avisé antes de atravesar la puerta del balcón después de haber dejado un beso sobre su frente.
- Vale, cariño - suspiró antes de cerrar la puerta que yo acababa de cruzar.

Llegué a mi casa y pude dormir un rato antes de que la alarma sonara avisándome de que tenía que ir a clase.

Ese mismo día pediría a Alexandra ser mi novia y aunque no creía que ella me fuera a rechazar, estaba nervioso.

El amor y sus consecuencias [Consecuencias I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora