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Alexandra

La compañía de Eros ayudaba, no podía negarlo.

Supe en el cementerio que alguien había llegado y supe que fue él ya que mi olfato empezaba a reconocer perfectamente su olor.

Además de que algo en mí parecía reconocer su presencia de forma instantánea.

No sentía fuerzas de irme sabiendo que él estaba allí.

Me daba igual que el mundo escuchara lo mal que estaba.
Me daba igual que él lo hiciera.

Habían pasado casi dos años, pero la pérdida de ese amor me consumía como si apenas hubiesen pasado escasas horas.

Cuando le perdí pensé que era el amor de mi vida, al menos en ese momento creí que lo era.

No hay palabras para expresar lo mal que te sientes cuando pierdes a alguien querido y menos si a esa persona la amabas con cada célula de tu organismo.

Pero la vida es así, la vida tiene consecuencias. El amor tiene consecuencias.

Recuerdo como Eros me abrazaba y me susurraba que todo iba a estar bien, pero no pude creerle entonces.

No después de que todo el mundo me dijera lo mismo.

Pese a que siempre dijeran aquello, no estaba bien, nada lo estaba.

En los últimos años parecía no querer volver a salir el sol en mi vida.

Una vida en la que únicamente existían tormentas que no cesaban ni un maldito instante.

Pese a llevar una sonrisa en la cara, la mayor parte del tiempo que conseguía hacerlo, mi mente sabía lo que sentía dentro de mi.

Sabía todos los daños que había. Los que no me dejaban sanar.

No sé cuánto tiempo pasé en los brazos de aquel chico de ojos celestes, pero él no me había soltado en ningún momento.

No me había dejado.

No me gustaba dejarme ver de ese modo. No en público. Pero no pude evitarlo, y menos con él.

Cada vez que parecía mejorar algo volvía a echarme para atrás.

Los demonios del pasado no me darían paz, siempre terminarían volviendo.

Supe que varios de ellos me acompañarían durante el resto de mi vida. Era muy consciente de ello.

Incluso un profesional graduado en psicología me lo había advertido.

Pero ya era tarde como para evitarlo.

Como mucho mejoraría a temporadas, pero siempre habría recaídas.

Sabía que sería así. Nunca parecía llegar a mejorar del todo, antes de hacerlo terminaba empeorando.

Había momentos que no dejaban de dañarme.

Al mirar a mis padres a los ojos, dolía.

Temía perder el control algún día.

Lo temía realmente por ellos.

Ellos no se merecían aquello.
No se merecían las lágrimas de las cuales yo era causante.
Gracias a mis problemas. A mis daños.

Deseaba algún día poder solucionar todo ese daño causado.

La vida no dejaba de darme sorpresas.

La más reciente era una historia que parecía salida de un libro, aunque no fuera así.

El amor y sus consecuencias [Consecuencias I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora