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Alexandra

Había llegado el día de mi decimoséptimo cumpleaños.

A las doce en punto recibí una videollamada entrante de mi grupo de amigos, al igual que un par de grandes textos en privado tanto de Eros como de mi mejor amigo Erick.

Pasados un par de minutos llenos de felicitaciones, mis padres llamaron a mi puerta.

Entraron con una pequeña tarta que contenía dos velas con los números de mis años cumplidos. Además, consigo traían un regalo.

- Felicidades mi niña - dijeron ambos al unísono con una gran alegría.
- Gracias - respondí yo mientras una gran sonrisa adornaba mis labios. - Muchas gracias - repetí antes de abrazarles.

Pasé un rato con ellos, hablando y agradeciendo todo lo que siempre habían hecho por mi.

Su regalo fue una pequeña pulsera que contenía algún pequeño charm en ella.

Les agradecí también por ello, ya que no lo consideré necesario.

Siempre fueron muy detallistas conmigo.

Después de pasar tiempo con ellos, decidí que lo mejor era acostarme para así poder descansar.

Al día siguiente había acordado ir a comer junto a Erick, y supe que posteriormente estaría con Eros al menos un rato.

El hecho de mi casi nula importancia hacía mi cumpleaños lo atribuía a los últimos dos años. Por este mismo motivo y por el simple factor de que no era una persona con muchos amigos, no lo celebraba a lo grande, aunque tampoco me hacía falta.

Con lo "poco" por decir de algún modo que poseía, era suficiente. Más que suficiente en realidad.

Aquella noche dormí bastante bien, recuperando en aquellas horas la falta de sueño acumulada de los días pasados.

La mañana siguiente llegó, y con ello el sonido de mi alarma para indicarme que debía levantarme para comenzar a prepararme.

Eso fue lo que hice. He de admitir que me arreglé más de lo usual, por lo que tardé más tiempo.

Mi madre me ayudó a hacer unas suaves ondas sobre mi ya excesivamente largo cabello castaño. Posteriormente, me ayudó a elegir la ropa que me pondría. Al final me decanté por un vestido blanco corto de satén.

En mi pelo utilizó un par de broches dorados en forma de hoja, para retirar los mechones delanteros de mi cara.

No utilicé mucho maquillaje, simplemente lo que normalmente usaba. Máscara de pestañas y un pequeño brillo rosado en los labios. Para mi eran los productos esenciales. No necesitaba usar nada más.

Una vez hube terminado, me miré al espejo. Estaba bonita. Me sentía de ese modo.

Mis iris grisáceos brillaban. Lo hacían intensamente después de mucho tiempo completamente apagados.

Sabía el motivo de aquello, el por qué.

Aunque si tenemos que ser concretos no era un por qué, si no un quién.

Todo comenzó a mejorar desde que Eros Anderson se puso en mi camino.

Él fue el encargado de volver a poner ese brillo en su lugar con todo lo que me hacía sentir. Con todo su amor.

Miré la hora y me di cuenta de que en unos diez minutos aproximadamente, Erick pasaría a por mi.

Mientras esperaba su llegada, decidí revisar mi teléfono móvil. Tenía un par de mensajes de Eros sin leer en los que me preguntaba por cómo me encontraba.

El amor y sus consecuencias [Consecuencias I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora