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Eros

Habían pasado casi dos semanas desde que habíamos llegado de aquel corto viaje a París. Desde entonces, noté como algo inquietaba a Alexandra, quien siempre negó que le ocurriese nada.

Había decidido no insistir pese a que sabía de sobra que me estaba mintiendo.

Ella podría mentir a cualquiera, y cualquiera le creería. Pero no a mi. Yo sabia de sobra cuando lo hacía.

Y sabía que algo no iba bien.

Después del transcurso de esas dos semanas, llegó mi cumpleaños.

Me encontraba en casa, había vuelto apenas una hora antes de casa de Alexandra debido a que mi tio había vuelto.

A las doce en punto, mi tio, quien estaba a mi lado sentado, me felicitó y me dio un fuerte abrazo.

Al fin y al cabo yo siempre fui una especie de hijo para él.

Poco después de separarme de sus brazos, alguien tocó el timbre. No necesité pensar mucho para saber de quien se trataba.

Alexandra estaba parada frente a la puerta con un cupcake en el cuál había una vela encendida.

- Felicidades, cariño - chilló en cuanto le abrí, antes de abalanzarse sobre mi.

Apreté su pequeño cuerpo junto al mío antes de besar el hueco de su hombro. Alexandra se separó y tendió el pequeño cupcake sobre mi, esperando a que soplara y pidiera un deseo.

No dudé ni un solo segundo en lo que pediría.

Lo único que podía desear era tenerle a ella en mi vida.
Lo único que quería era su amor.

Deseé pasar todos los días que me quedaran en aquel poblado mundo con ella.
Deseé que nuestro amor nunca fuera capaz de terminar ni de romperse.

Tras soplar aquella vela cerré la puerta por la que Alexandra acababa de entrar, al girarme observé como mi tio había aparecido. Por fin conocería a la chica de la cual jamás dejaba de hablar.

- Hola, tú debes de ser la famosísima Alexandra Black, de la cual mi sobrino está completamente obsesionado - afirmó mi tio consiguiendo que me sonrojara y que ella riera.
- Así es, ¿qué tal Daniel? Por cierto, encantada de conocerte, Eros me ha hablado mucho de ti - saludó ahora ella antes de acercarse a dar dos besos a mi tio.
- Estoy bien querida, ¿y tú?
- Bien. Muy bien - respondió ella. Mentía. Lo supe al instante.

Tras una breve conversación entre ellos ambos subimos a mi cuarto.

- ¿Sabes que ya puedes ir a la cárcel? - preguntó ella bromeando.
- Lo sé. Oye cariño ¿estás bien? - pregunté aún sabiendo cuál sería su respuesta.
- Si amor, lo estoy. ¿Cuándo vas a ir a sacarte el carnet práctico de conducir?
- Mañana, no podía esperar más - respondí ignorando su mentira, tal y como ella me había suplicado con la mirada. - ¿Has hecho tú el cupcake?
- Mmm no. Realmente no he sido yo, es de una pastelería - admitió sonrojándose porque sabia que la había pillado.

Alexandra se iba a quedar aquella noche en mi casa, invirtiendo los papeles de lo que había estado pasando en las últimas dos semanas, en las cuales yo había dormido cada una de las noches en la suya.

Estuvimos hablando un rato más, bueno, siendo más exactos, dos horas más. Entonces decidimos dormir. Al día siguiente pretendía pasar el día con ella, aunque sabia que había preparado algo.

Los secretos tampoco eran lo suyo.

Al despertar, lo primero que hice fue mirarla, estaba profundamente dormida agarrando la mano que rodeaba su cintura. Supe que tenia que despertarla, pero quizás me demoré unos minutos de más en hacerlo. Y si lo hice fue para poder observarla.

El amor y sus consecuencias [Consecuencias I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora