35. Vaticano

144 19 11
                                    

El lugar estaba en perfectas condiciones, debía de admitir que la cuidadora había hecho un buen trabajo en todos esos años en los que le había dejado. La azabache dejo su maleta al lado de su cama, después se encargaría de desempacar...se sentó en la orilla de la cama, admirando la baldosa, tenía que ir lo antes posible a verla. Tenía la esperanza de que ella le ayudara.

Soltó un suspiro pesado, su viaje no había sido tedioso, pero tal vez se debió a sus ansias de llegar a Roma lo antes posible. Se llevo ambas manos a su vientre, debía de hacer las cosas bien, y darle solución a todo eso.

-Tranquilo pequeño, todo saldrá bien-dijo en un hilo de voz-, todo saldrá bien.

Ana se levanto y fue hasta la cocina, ahí ya estaba Manuela, la mujer a quien le habían pedido cuidar el lugar, eso ya tenía 20 años. La mujer tenía un bonito cabello crispado y su piel morena, antes firme y suave, ahora se notaba algo arrugada por la edad. No era difícil percibir la presencia de la Noblesse, pues siempre se sentía un ambiente de paz, así que Manuela no tardo en darse la vuelta para verle.

-Debería descansar, señorita Kiev-dijo la mujer con total serenidad.

La nombrada sonrió, se había presentado como soltera, pero ahora.

-Ya no soy una señorita, créeme-dijo algo divertida.

La mujer se sorprendió bastante, ella no sabía que la chica ya era casada... ¿Quién había sido el afortunado?

-Oh, entonces supongo que el Señor llegara después ¿No?

Ana bajo la mirada, su semblante triste le indicaba a la mujer que era un asunto delicado.

-No, no vendrá-respondió la Kiev-...él tiene muchos asuntos en Corea.

-Ya veo, es una lástima-dijo Manuela ya sin intentar retomar el tema-...¿Qué hay de la Señorita Margot?

-De hecho, vengo por ella-respondió Ana.

-¿La señorita Margot esta aquí en Italia?-pregunto sorprendida, ella había hecho buena mancuerna con la rubia, le era impresionante que no le haya visitado.

-Se podría decir que sí...pero bueno, muchas gracias por recibirme-Ana hizo una reverencia.

-Por favor ni lo diga-agito los brazos-, esta es su casa de todas formas...yo debería de agradecerle por permitirme vivir en ella, pero créame que no he movido nada de su cuarto, ni del de la señorita Margot.

Ana agradeció y comenzó a preguntarle a la mujer sobre sus hijas, cosa que fascino a la italiana, pues sin duda alguna sus niñas, que ya eran todas unas mujeres, eran su total orgullo. La Noblesse escuchaba con atención, dándose cuenta de que ser madre, era una tarea complicada, pero que valdría cada esfuerzo. Tiempo en el que también ambas mujeres comieron, y al ser ya bastante tarde, decidieron ir a dormir, al menos Manuela así lo haría.

-¿Tiene que salir a esta hora?-le pregunto a la dueña de la casa. Sabía que esa mujer no era humana, ella misma se lo había dicho, pero nunca definió que era realmente.

Ana asintió, al estar cerca de la morena coloco su mano dominante sobre el hombre de esta, dando un pequeño apretón, indicando que todo estaría bien.

-Pero debería descansar-le recomendó la mujer, estaba segura que un vuelo con tantas horas, humano o no, debía de ser cansado.

-Estaré bien, no te preocupes...tu cuida la casa.

***

El frio de la noche hacia que pudiera ver el vapor de su respiración, Ana estaba parada en la entrada principal de ese enorme templo de Dios. El lugar estaba casi vacío, solo estaban los guardias de seguridad que cuidaban que el sitio, que al mirarla se acercaron a ella para indicarle que el lugar ya estaba cerrado.

Concédeme esta pieza, una vez másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora