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18 °C

Daniela.

Durante la semana siguiente estuve distraída en el instituto, flotando a través de las clases sin apenas tomar apuntes. Sólo podía pensar en la sensación que el pelo de la loba me había dejado en las manos y en la imagen de la loba blanca gruñendo al otro lado de la ventana. No obstante, volví en mí cuando la señora Ruminski trajo a un policía al aula para la hora de tutoría.

Lo dejó solo delante de la pizarra, algo francamente cruel considerando que estábamos en la última hora y todos esperábamos con impaciencia el momento de salir. Tal vez pensara que un miembro de las fuerzas y cuerpos de seguridad tendría capacidad de sobra para controlar a un grupo de estudiantes de secundaria. Sin embargo, a los criminales se les puede sacar el arma y a los alumnos adolescentes, por muy ruidosos que sean, no.
Pese a su cinturón cuajado de pistoleras, espráis de defensa personal y demás armas, el policía parecía muy joven. Le echó un vistazo a la señora Ruminski, que, poco dispuesta a ayudarle, aguardaba junto a la puerta del aula, y se señaló la placa que llevaba en la camisa: «William Koenig» , decía. Según la señora Ruminski, había estudiado en el instituto, pero a mí no me sonaban ni el nombre ni la cara.

—Hola, soy el oficial Koenig —dijo—. Vuestra profesora, la señora Ruminski, me pidió la semana pasada que os diese una charla. —Miré de reojo a Olivia, sentada a mi lado, para ver qué expresión tenía. Como siempre, era todo orden y limpieza: la viva imagen del sobresaliente. Llevaba el oscuro cabello recogido en una trenza perfecta y una camisa recién planchada. Para saber lo que pensaba, no había que hacer caso de lo que decía; si querías entenderla, había que mirarla a los ojos.

—Es guapo —me susurró—. Y me encanta el pelo cortado a cepillo. ¿Crees que su madre lo llamará Will?

Yo aún no sabía cómo reaccionar ante el repentino y locuaz interés de Olivia por los chicos, así que me limité a bizquear. Era guapo, sí, pero no era mi tipo. La verdad es que todavía no había decidido quién era mi tipo.

—Ingresé en el cuerpo de policía al poco de terminar el instituto —explicó el agente Will; se había puesto muy grave y ceñudo al decir aquellas palabras, como si quisiera parecerse a los policías de los anuncios—. Éste es un oficio que siempre quise ejercer y que me tomo muy en serio.

—Y tanto —le murmuré a Olivia; no pensaba que su madre lo llamase Will.

El agente William Koenig nos miró y posó una mano en la culata de su pistola. Supongo que lo haría por costumbre, pero parecía que se dispusiera a dispararnos por estar cotorreando. Olivia se acurrucó en la silla y algunas chicas intercambiaron risitas.

—Es una profesión excelente y una de las pocas para las que, de momento, no hace falta título universitario —afirmó—. En fin… este… ¿alguno de vosotros piensa optar al cuerpo policial?

Fue el «este» lo que lo mató. De no haber titubeado, supongo que la clase habría guardado las formas.
Se levantó una mano. Elizabeth, integrante de la horda de alumnos del instituto de Mercy Falls que seguía vistiendo de negro tras la muerte de Jack, preguntó:

—¿Es cierto que el cuerpo de Jack Culpeper fue robado del depósito de cadáveres?

Su atrevimiento generó una retahíla de murmullos; por un momento, el agente Koenig puso cara de querer dispararle de verdad, pero enseguida se contuvo.

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