7 °C
Daniela.
Es de mala educación quedarse mirando a alguien; pero si ese alguien está bajo los efectos de un sedante, no sabe que lo estás mirando. Y la verdad era que no podía apartar los ojos de Poché.
Si hubiese ido a mi instituto, mis compañeras lo habrían considerado un emo de tres al cuarto, o le habrían llamado «el quinto Beatle» . Tenía una mata de pelo negro y liso, y una de esas narices aguileñas que quedan interesantes en las chicas y horrorosas en los chicos. Nada en ella recordaba a una loba, pero, al mismo tiempo, era mi loba. Aun sin ver sus ojos inconfundibles, una pequeña parte de mí brincaba con una alegría irracional mientras la miraba: ¡era ella!
—Vaya, corazón, ¿sigues ahí? Pensé que te habías marchado.
Me di la vuelta y vi que las cortinas verdes se apartaban para dejar paso a una enfermera robusta. Según su placa de identificación, se llamaba Sunny.
—Voy a quedarme hasta que se despierte —respondí, agarrándome al borde de la cama para demostrar lo poco dispuesta que estaba a salir de allí. Sunny me dedicó una sonrisa compasiva.
—Está muy sedada, ¿sabes? No se despertará hasta mañana. —Le sonreí, pero me mantuve en mis trece.
—Pues me quedaré hasta entonces.
Había esperado durante horas mientras le sacaban la bala y le cosían la herida. Ya debía de haber pasado la medianoche; tendría que haber estado muerta de sueño, pero me sentía muy despierta. Cada vez que miraba a Poché, el cansancio desaparecía. De pronto, me di cuenta de que mis padres no me habían llamado al móvil, aunque ya debían de haber vuelto de la inauguración de la exposición. Supuse que ni siquiera se habían fijado en la toalla que había utilizado para limpiar la sangre del suelo, ni tampoco en que el coche de mi padre no estaba en su lugar. También era posible que no hubieran llegado todavía; no era raro que volvieran más tarde de las doce.
Sunny me miró sin dejar de sonreír.
—Está bien —concedió—. Mira, debes entender que ha tenido muchísima suerte. La bala sólo le rozó. —Le centellearon los ojos—. ¿Sabes por qué lo hizo?Inquieta, fruncí el entrecejo.
—No te comprendo. ¿Quieres decir que por qué fue al bosque?—Tú y yo sabemos que no fue al bosque, corazón. —Levanté una ceja y me quedé esperando a que me diera más explicaciones, pero ella se quedó callada.
—Perdón, pero es que sí que estaba en el bosque —dije—. Uno de los cazadores le disparó por accidente.
Era la verdad, a excepción de lo de «por accidente» . Aquello no había tenido nada de accidental.
La enfermera chasqueó la lengua.
—Mira… Te llamas Daniela, ¿verdad? Mira, Daniela, supongo que eres su novia. —Respondí con un gruñido que podía significar «sí» o «no» , dependiendo de quién lo escuchara. Sunny lo interpretó como un «sí». —Sé que estás viviendo esto muy de cerca, pero esta chica necesita ayuda. —Fui comprendiendo lentamente el sentido de sus palabras. Me entraron ganas de reír.—¿Qué crees, que se disparó a sí misma? Qué va. Nada de eso.
—Pero ¿tú te crees que somos tontos? —me espetó, exasperada—. ¿Crees que no nos damos cuenta de lo que pasa aquí? —Rodeó la cama, agarró las manos de Poché y las colocó con las palmas hacia arriba. Luego señaló las cicatrices que le cruzaban las muñecas, recuerdo de unas heridas profundas que hubieran podido matarlo. Las observé, pero me negué a aceptar lo que implicaban. Para mí no significaban nada. Me encogí de hombros.
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Temblor
WerewolfCuando el amor te hace temblar en otoño, es mejor que el invierno no llegue nunca: las primeras nevadas pueden arrebatarte a quien más deseas. Hace años, Daniela estuvo a punto de morir devorada por una manada de lobos. Inexplicablemente, uno de ell...