10 °C.
Poché.
Corríamos como silenciosas y oscuras gotas de agua escurriéndonos entre las zarzas y los árboles, espoleados por los hombres que intentaban darnos caza. Sus olores y sus voces parecían perforar el interior del bosque, aquel bosque que tan bien conocía y que siempre me había dado cobijo. Me abría paso entre los demás lobos, unas veces guiándolos y otras siguiéndolos, mientras trataba de mantener unida a la manada. Dejé de saber por dónde corría; para evitar los tropezones, daba saltos interminables y apenas pisaba el suelo.
Me aterraba estar perdida.
Nos intercambiábamos imágenes, nos comunicábamos a nuestro modo silencioso: figuras sombrías pisándonos los talones, figuras coronadas por brillantes advertencias; lobos inmóviles, fríos; el olor de la muerte en nuestros hocicos.
Un repentino estallido me ensordeció y me hizo perder el equilibrio. Oí un quejido detrás de mí. Supe de qué lobo se trataba sin necesidad de volver la cabeza, pero no había tiempo para detenerse. Y, aunque lo hubiera hecho, no hubiera servido de nada.
Capté un nuevo aroma: agua estancada y terrosa. El lago. Nos estaban empujando hacia el lago. Formé en mi mente una imagen de lo que nos esperaba al mismo tiempo que lo hacía Paul, el jefe de la manada. Las lentas ondas del agua, los pinos raquíticos que crecían aquí y allá, las orillas del lago extendiéndose hasta el infinito en ambas direcciones.
Una manada de lobos acorralada junto a las aguas. Sin escapatoria.
Éramos las presas. Huíamos de ellos como espectros del bosque, e inevitablemente íbamos cayendo.
Los demás siguieron corriendo hacia el lago.
Pero yo me detuve.
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Temblor
WerewolfCuando el amor te hace temblar en otoño, es mejor que el invierno no llegue nunca: las primeras nevadas pueden arrebatarte a quien más deseas. Hace años, Daniela estuvo a punto de morir devorada por una manada de lobos. Inexplicablemente, uno de ell...