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9 °C

Daniela.

Al llegar al instituto el lunes, me pareció que estaba en otro planeta. Me tuve que quedar sentada al volante del Bronco durante un rato, observando los corros de alumnos que charlaban en las aceras, los coches que circulaban por el aparcamiento y los autobuses que se detenían en la parada, para darme cuenta de que no era el instituto lo que había cambiado. Era yo.

—Tienes que ir a clase —dijo Poché con un tono de voz a medio camino entre la afirmación y la duda. Me pregunté adonde iría ella mientras yo estaba en el instituto.

—Lo sé —contesté, observando ceñuda los múltiples colores de los jerséis y bufandas que pasaban ante el coche como queriendo anunciar la cercanía del invierno—. Pero de la manera que están las cosas… —Tal y como estaban las cosas, ir a clase carecía de importancia. Mi vida había dado tal giro que me costaba recordar qué sentido tenía estar sentada en un aula, cogiendo unos apuntes que no me servirían para nada al año siguiente.

Poché se sobresaltó al ver que la portezuela del conductor se abría de repente. Con la mochila puesta, Rachel montó en el Bronco, me empujó para que le dejara sitio, cerró de un portazo y suspiró de manera ostentosa. Su presencia empequeñecía el habitáculo del coche.

—No está mal, el todoterreno. —Se inclinó y miró a Poché —. Ah, pero si aquí hay una chica. ¡Hola chica! Daniela, estoy como una moto. ¡Café y venga café! ¿Estás muy enfadada conmigo? —Pestañeé, sorprendida.

—No tengo por qué.

—¡Genial! Es que, como hacía muchísimo que no me llamabas, supuse que, o estabas muerta, o estabas enfadada. Y se te ve tan viva… —Hizo un redoble con los dedos en el volante—. De todos modos, con quien sí te has enfadado es con Olivia, ¿no?

—Sí —contesté, aunque no estaba muy segura de que fuese cierto; me acordaba del motivo de nuestra discusión, pero, por alguna razón, había dejado de tener importancia—. Bueno, no. Qué va. Fue una estupidez.

—Eso me parecía a mí —repuso Rachel. Estiró el cuello y apoyó la barbilla en el volante para observar a Poché —. Y bien, chica, ¿qué haces en el coche de Daniela? —A mi pesar, sonreí; mientras nadie averiguara el secreto de Poché, no había motivos para ocultar su existencia.
De repente, sentí la necesidad de que Rachel le diese el visto bueno.

—Sí, chica —dije, torciendo el cuello hacia el otro lado para mirar a Poché, que tenía una expresión entre divertida y dubitativa—. ¿Qué estás haciendo en mi coche?

—Soy un adorno —contestó Poché.

—Vaya —exclamó Rachel—. ¿De usar y tirar, o de las que se conservan?

—Eso depende de la dueña del coche —respondió ella, apoyando la cara con ternura sobre mi hombro; hice un esfuerzo por no sonreír como una boba.

—Ah, mira qué bien. Pues, para que lo sepas, me llamo Rachel, estoy como una moto y soy la mejor amiga de Daniela —explicó Rachel ofreciéndole una mano a Poché. Llevaba unos mitones con los colores del arcoíris que le llegaban hasta los codos.

Poché se la estrechó.
—Poché.

—Encantada de conocerte, Poché. ¿Vienes a este instituto? —Poché negó con la cabeza.
—Ya me parecía —repuso Rachel agarrándome de la mano—. En fin, siento decirte que voy a secuestrar a esta personita para llevarla a clase, porque de lo contrario llegaremos tarde, y además tengo muchísimo que contarle sobre unas cosas raras de lobos que han pasado y que todavía no sabe porque se ha peleado con su otra mejor amiga. Estoy segura de que lo comprenderás. Me gustaría añadir que no suelo estar tan acelerada como hoy, pero no puedo hacerlo porque sería mentira. ¡Vamos, Daniela! —Poché y yo intercambiamos una mirada de preocupación, y entonces Rachel abrió la portezuela y me hizo bajar. Poché se colocó tras el volante. Por un segundo creí que me daría un beso de despedida, pero se limitó a mirar a Rachel y a posar su mano en la mía durante un segundo. Las mejillas se le habían puesto coloradas. Rachel no dijo nada, pero me dedicó una media sonrisa mientras me conducía al instituto.

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