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6 °C

Poché.

Cuando Daniela se bajó del coche, me quedé inquieta. Debido a la discusión, haber discutido con ella, por las dudas que me acuciaban, por el frío que amenazaba con transformarme en loba. Aunque, más que inquieta, estaba desasosegada, angustiada. Había demasiados cabos sueltos: Jack, Isabel, Olivia, Shelby, Beck.

Me costaba creer que Daniela y yo fuésemos a encontrarnos con Beck. Puse la calefacción a tope y estuve un rato con la cabeza apoyada en el volante, hasta que empezó a dolerme la frente. Con tanto aire caliente, el interior del coche pronto se volvió sofocante, pero me gustaba aquella sensación. Me hacía sentir que la transformación estaba muy lejos, que estaba a gusto en mi propio pellejo.

Pensé quedarme allí sentada todo el día, entonando canciones a media voz —«Cerca del sol es cerca de mí, / siento la piel abrazarme con fuerza» — y esperando a Daniela, pero al cabo de una media hora comprendí que tenía que moverme. Sentía la necesidad de compensar de alguna manera lo que le había dicho a Daniela, de modo que decidí visitar de nuevo la casa de Jack. Seguía sin saberse nada de él: ni había aparecido su cuerpo ni había ocurrido ningún incidente en el que pudiera haber intervenido, y su casa era el único lugar lógico desde el que recomenzar la búsqueda. Supuse que Daniela se alegraría cuando supiera que intentaba ordenar las piezas sueltas de nuestras vidas.

Aparqué el Bronco en una pista forestal próxima a la casa de los Culpeper y atajé por el bosque. Los pinos parecían descoloridos por aquel frío que presagiaba nieve, y sus copas se mecían suavemente, movidas por un viento que no se notaba a ras de suelo. Se me erizó el vello de la nuca; el pinar atufaba a lobo. Jack había debido de mear en todos y cada uno de los troncos. «Menudo fantasmón» , pensé. A mi derecha se movió algo; di un respingo, me agaché y contuve el aliento. Era un ciervo. Distinguí fugazmente sus grandes ojos, sus largas patas y su cola blanca, y luego lo vi desaparecer con una curiosa torpeza. Su presencia en el bosque me tranquilizó, porque significaba que Jack no andaba por los alrededores. La única arma que llevaba encima eran mis propias manos; no tenía nada que hacer ante un lobo joven e iracundo con la adrenalina de su parte.

Al llegar al lindero del bosque, cercano a la casa, oí dos voces. Me quedé inmóvil, escuchando: un chico y una chica discutían agriamente en algún lugar cercano a la puerta trasera. Deslizándome bajo la sombra de la mansión con el sigilo de un lobo, avancé hacia ellos. No reconocía la voz masculina, de tono grave y airado, pero algo me dijo que era la de Jack. La otra pertenecía a Isabel. Pensé en presentarme ante ellos sin más, pero preferí ser cauta y esperar a enterarme de qué discutían.

—No entiendo lo que dices —gritó Isabel—. ¿Por qué me estás pidiendo perdón? ¿Por desaparecer? ¿Por convertirte en lo que eres? ¿Por…?

—Por Chloe —respondió Jack. —Se produjo un silencio.

—¿Que quiere decir eso de «por Chloe»? ¿Qué tiene que ver la perra en todo esto? ¿Es que sabes dónde está?

—Isabel, por favor. ¿No has oído lo que te he dicho? A veces pareces idiota. Sabes que, cuando me transformo, no soy consciente de lo que hago. —Me tapé la boca para contener la risa. Por lo visto, Jack se había comido a la chihuahua de Isabel.

—¿Estás diciendo que la has…? ¡Mierda, Jack! ¡Eres un gilipollas!

—No pude evitarlo. Pero tú ya sabes lo que me pasa; no deberías haberla dejado salir.

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