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4° C

Daniela.

—Me parece que Jack no debe de ir bien —opinó Olivia acomodándose en el asiento de mi coche nuevo, un pequeño Mazda que olía a limpiador de tapicerías y a soledad. Se rodeó el vientre con los brazos: aunque llevaba dos jerséis míos y un gorro de lana, no dejaba de temblar—. Me extraña que Isabel no nos haya llamado.

—A mí también —admití—. De todas maneras, Isabel no es muy aficionada a llamar.

Aun así, me daba la impresión de que Olivia estaba en lo cierto. Hacía tres días que le habíamos puesto la inyección a Jack, y la última llamada de Isabel había sido ocho horas atrás.

Día uno: Jack padecía dolor de cabeza y tenía molestias en el cuello.
Día dos: más dolor de cabeza y fiebre alta.
Día tres: contestador de Isabel.

Aparqué el Mazda en la entrada de la casa de Beck, detrás del gigantesco todoterreno de Isabel.

—¿Preparada?

Olivia no tenía aspecto de estar preparada, pero aun así, se apeó del coche y corrió hacia la puerta principal. Entré tras ella y cerré de un portazo.

—¿Isabel?

—Estoy aquí.

Seguimos la dirección de la que venía su voz hasta llegar a un dormitorio. Era una habitación pequeña, pintada de un alegre amarillo que no casaba muy bien con el olor a enfermo que lo impregnaba todo. Isabel estaba en una silla, a los pies de la cama. Sus ojeras eran tan oscuras que parecían huellas dactilares impresas con tinta morada. Le di el café que le había traído.

—¿Por qué no llamas? —Isabel me miró.

—Se le están pudriendo los dedos. —Hasta entonces había evitado mirar a Jack y, al dirigir la vista hacia él, vi que yacía encogido en la cama como una oruga dentro de la crisálida. Las yemas de los dedos se le habían puesto de un desconcertante color azulado. Tenía el rostro
bañado en sudor y los ojos cerrados. Algo se me atravesó en la garganta. —He estado buscando en internet —dijo Isabel, levantando su teléfono móvil como si eso lo explicara todo—. La cabeza le duele porque tiene inflamada la membrana que rodea el cerebro. Lo de los dedos es porque el cerebro ha dejado de enviar sangre hasta allí. Le tomé la temperatura hace un rato. Tiene más de
cuarenta.

—Voy a vomitar —anunció Olivia precipitándose al pasillo. Me quedé a solas con Isabel y Jack.
No sabía qué decir. «Si Poché estuviera aquí, encontraría las palabras justas» .

—Lo siento. —Isabel se encogió de hombros con expresión ausente.

—Al principio pensé que todo iba bien. La primera noche estuvo a punto de transformarse en lobo cuando bajó la temperatura; pero ésa fue la última vez, aunque anoche se fue la calefacción por un apagón. Así que eso sí que ha funcionado: no ha vuelto a convertirse desde que le subió la fiebre. —Isabel cerró los ojos—. ¿Me has conseguido un justificante para faltar a clase?

—Sí.

—Estupendo.

Le indiqué con una seña que me siguiera al pasillo, y ella se levantó con esfuerzo de la silla y salió conmigo. Entorné la puerta de la habitación para que Jack no pudiera oírnos.

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