11 °C
Daniela.
—Buenos días —dijo alegremente mi padre, mientras se echaba café en un vaso de plástico; estaba demasiado elegante para ser sábado, y supuse que iba a tratar de venderle algún hotel a un inversor acaudalado—. He quedado con Ralph en la oficina a eso de las ocho y media. Por la venta de Wyndhaven. —Parpadeé varias veces. Tenía los ojos llorosos y el cuerpo entumecido y lento; aún no me había despertado del todo.
—No hables tanto, que estoy dormida. —A pesar de la modorra, noté una punzada de culpabilidad por no ser un poco más agradable con mi padre; hacía días que apenas lo veía y ni siquiera me acordaba de la última vez que había charlado con él. Poché y yo habíamos pasado la noche anterior hablando sobre la extraña colección de animales disecados de los Culpeper y preguntándonos cuándo volvería a aparecer Jack en público; no había forma de saber esto último, pero volvíamos al tema como si fuera una picadura que no pudiéramos dejar de rascarnos. Aquel desayuno con mi padre suponía un brusco regreso a la vida previa a Poché.
Mi padre señaló la jarra del café.
—¿Quieres?Puse las manos a modo de cuenco y las alcé hacia él.
—Sírveme un poco aquí. Me lavaré la cara con él a ver si me despejo. ¿Dónde está mamá? —pregunté, echando de menos la habitual sucesión de golpes, tropezones y repiqueteos que sonaba en el piso de arriba cada vez que mi madre se preparaba para salir de casa.—Ha ido a no sé qué galería en Minneapolis.
—
¿Y por qué se ha marchado tan temprano? De hecho, es tan temprano que casi es ayer.Mi padre no contestó; estaba mirando hacia el televisor, que se encontraba a mi espalda. Se trataba de un programa de entrevistas, y el invitado, vestido de caqui, estaba rodeado por cachorros de todo tipo metidos en cajas y en jaulas. Me vino a la cabeza la sala de animales disecados que Poché me había descrito. Mi padre frunció el ceño al ver que uno de los presentadores trataba de acariciar a una cría de zarigüeya que bufaba, furiosa.
Carraspeé.
—Papá, céntrate. Agarra una taza y sírveme un café antes de que me muera de sueño aquí mismo. Que conste que, si me muero, no pienso encargarme de organizar mi funeral. —Todavía pendiente del televisor, mi padre buscó una taza a tientas en la alacena. Por suerte, dio con mi favorita, una de color azul turquesa que había hecho una ceramista amiga de mi madre. Me la acercó junto con la jarra del café. Al servirme, el vapor me humedeció la cara. —Oye, Dani, ¿cómo va todo en clase? —me pregunté a mí misma. Embobado con una cría de koala que ocupaba el regazo del invitado, mi padre asintió. —Ah, pues muy bien —insistí, y mi padre respondió con un gruñido inarticulado. —Todo marcha estupendamente: el instituto ha sido invadido por una manada de osos panda y los profesores nos han abandonado a merced de unos salvajes caníbales… —Hice una pausa para ver si había llamado su atención y proseguí—. Hubo un incendio catastrófico, suspendí teatro y luego todo ha sido sexo, sexo, sexo y más sexo.Mi padre apartó bruscamente la vista del televisor, me lanzó una mirada ceñuda y dijo:
—¿Qué dices que te están enseñando en el instituto?En fin, al menos se había enterado de lo que le había dicho al principio.
—Nada del otro jueves. En Lengua nos han encargado que escribamos un cuento. Lo odio. No tengo talento para escribir.
—¿Sobre qué tema? ¿El sexo? —inquirió él, dubitativo.
Meneé la cabeza.
—Vete a trabajar, papá. Llegarás tarde.Mi padre se rascó la barbilla; se había dejado un pelo sin afeitar.
—Ahora que me acuerdo, tengo que devolverle a Tom el aerosol. ¿Lo has visto?—¿Que tienes que devolverle qué a quién?
—Un aerosol para limpiar armas que me prestó Tom. Creo que lo dejé en la encimera, o tal vez dentro de… —Se agachó y comenzó a rebuscar en la alacena que estaba bajo el fregadero.
Fruncí el ceño.
—¿Y para qué lo querías?Mi padre hizo un gesto vago hacia su despacho.
—Para limpiar el rifle, claro.Las alarmas se dispararon en mi cabeza. Sabía que mi padre tenía un arma; estaba colgada en la pared de su despacho. Sin embargo, nunca le había visto limpiándola. Pero claro, había que limpiar las armas después de usarlas…
—¿Por qué le pediste el limpiador?
—Salimos de caza y Tom me lo dejó después para que le diera un repaso al rifle. Debería limpiarlo más a menudo, pero, como no lo utilizo, nunca me acuerdo.
—¿Qué Tom? ¿Tom Culpeper? —exclamé.
Mi padre sacó la cabeza de la alacena. En la mano tenía un bote de aerosol.—Sí.
—¿Fuiste de caza con Tom Culpeper? ¿El otro día? ¿En el bosque? —Las mejillas estaban empezando a encendérseme. Deseé que respondiese que no.
Mi padre me miró con una expresión que solía ir acompañada de estas palabras: «Sé que eres razonable, Daniela» .
—Había que hacer algo, hija.
—¿Fuiste a esa partida de caza? ¿La que se organizó contra los lobos? — pregunté, airad —. No me lo puedo creer… —La idea de que mi padre hubiese avanzado entre los árboles arma en ristre, mientras los lobos huían de él, me pareció insoportable.
—Dani, en parte lo hice por ti —explicó.
—¿Le disparaste a alguno? —pregunté, casi en un susurro.
Mi padre comprendió que su respuesta era muy importante para mí.
—Sólo disparé al aire —respondió. —No sabía si creérmelo o no, pero necesitaba terminar con aquella conversación. Sacudí la cabeza y me di la vuelta. —No te enfurruñes —me pidió él; luego me dio un beso en la mejilla que, por supuesto, ignoré y cogió su maletín y su café—. Sé buena. Nos vemos.Me quedé de pie en la cocina, rodeando mi taza azul con las manos, mientras escuchaba cómo el Taurus de mi padre arrancaba. El ruido del motor se perdió en la distancia y la casa recuperó su silencio habitual, a la vez reconfortante y deprimente. Aquella mañana podría haber sido como cualquier otra –la casa vacía, el café en mis manos–, pero no lo era. Las palabras de mi padre todavía flotaban en el ambiente: «Disparé al aire». Mi padre sabía muy bien lo que los lobos significaban para mí y, pese a ello, había intrigado con Tom Culpeper a mis espaldas. Su traición me dolía.
Un leve ruido en el pasillo llamó mi atención. Poché, con el cabello mojado y revuelto tras haber salido de la ducha, me miraba. Había una pregunta escrita en su cara, pero no quise contestarla. Me preguntaba qué haría mi padre si supiese de ella.
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Temblor
WerewolfCuando el amor te hace temblar en otoño, es mejor que el invierno no llegue nunca: las primeras nevadas pueden arrebatarte a quien más deseas. Hace años, Daniela estuvo a punto de morir devorada por una manada de lobos. Inexplicablemente, uno de ell...