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1 °C

Daniela.

Los copos, delicados y ligeros como pétalos, atravesaban flotando el oscuro cuadrado de mi ventana. Era la primera vez que respondía al teléfono después del accidente, y no lo habría hecho si no hubiera visto en la pantalla el nombre de la única persona con la que llevaba días intentando hablar.

—¿Olivia?

—¿Dan… Daniela? —Era ella, aunque apenas reconocí su voz. Sollozaba.

—Oli, no llores… ¿Qué te pasa? —pregunté, sintiéndome estúpida; sabía perfectamente lo que le pasaba.

—¿Te… te acuerdas de cuando te dije que sabía lo de los lobos? —Olivia jadeaba entre palabra y palabra—. No te conté que tuve que ir al hospital. Jack…

—Te mordió —afirmé.

—Sí —musitó Olivia—. Creí que no me iba a afectar, porque los días pasaban y yo estaba como siempre. —Se me aflojaron las piernas.

—¿Te has transformado?

—Yo no… no puedo… si me ve alguien… —Cerré los ojos imaginándome la escena. Menudo panorama.

—¿Dónde estás ahora?

—En la pa… parada del autobús —hizo una pausa y se sorbió los mocos—. Hace fr… frío.

—Ay, Olivia. Ven a mi casa, anda. Quédate conmigo esta noche e intentaremos buscar una solución. Iría a buscarte, pero estoy sin coche. —Olivia empezó a sollozar otra vez. Me levanté y cerré la puerta de la habitación, aunque estaba segura de que mi madre no podía oírme; al fin y al cabo, estaba arriba, en su estudio. —Oli, no llores. No te voy a montar una escena. Vi a Poché transformarse y no perdí los nervios. Ya sé lo que es. Así que tranquilízate, ¿vale? Siento no poder ir a buscarte. Tendrás que venir tú.

Estuve unos minutos más tratando de calmarla, y luego le dije que dejaría la puerta principal abierta para que pudiese pasar. Por primera vez desde el accidente, me sentía cercana a mí misma.
Olivia llegó con los ojos enrojecidos y la cara hinchada. Le busqué algo de ropa limpia y le dije que se diera una ducha; luego me senté en la tapa del váter mientras ella se quedaba bajo el chorro de agua caliente.

—Te contaré mi historia si tú me cuentas la tuya —le propuse—. Me gustaría saber cuándo te mordió Jack.

—Ya te conté que lo conocí mientras hacía fotos a los lobos, y que estuve varios días llevándole comida. Fui una tonta al ocultártelo… Me sentía tan culpable por nuestra discusión que no quise decírtelo. Después empecé a faltar a clase para ayudarle, y pensé que si te lo decía creerías que… Ya ni siquiera sé qué pensé. Lo siento.

—Lo hecho, hecho está —sentencié—. ¿Cómo se portaba contigo Jack? ¿Te obligó a ayudarlo?

—No —respondió Olivia—. Era bastante agradable, al menos cuando las cosas marchaban a su modo. Una vez se transformó y se puso hecho una furia, pero lo disculpé porque me pareció algo muy doloroso. Se pasaba todo el rato preguntando por los lobos y pidiéndome que le enseñara fotos, y cuando se enteró de que a ti también te habían mordido…

—¿Cómo que se enteró?

—¡Está bien, se lo dije yo! ¡No imaginé que fuera a ponerse así! Después de enterarse, se obsesionó con que había una forma de curarse, y no hacía más que pedirme que se la explicara. Y luego, me… me… —Se enjugó las lágrimas—. Me mordió.

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