40

225 16 0
                                    

14 °C

Poché.

Así que salí a buscarlos.
Los días siguientes, mientras Daniela iba al instituto, me dediqué a seguirles los pasos, a perseguir a aquellos dos lobos en los que no confiaba y que hubieran debido estar muertos.

Mercy Falls era un pueblo pequeño. El bosque de Boundary no lo era tanto, pero lo conocía al dedillo; me costaría menos ahondar en sus secretos que en los del pueblo. Encontraría a Shelby y a Jack y me enfrentaría a ellos a mi manera. Sin embargo, Shelby no había dejado ningún rastro en el porche, de modo que no podía desechar la posibilidad de que estuviese muerta. Y en cuanto a Jack, no encontré ni el más leve indicio de su presencia; era como un fantasma que hubiera desaparecido llevándose su propio cadáver. Pronto tuve la impresión de haber recorrido el condado entero buscándolo.
Tenía la vaga esperanza de que él también hubiera muerto. Tal vez lo hubiera atropellado un camión y lo hubieran tirado a cualquier vertedero. Sin embargo, no hallé nada que confirmara mi teoría: ninguna pista que me llevara a una carretera, ningún árbol marcado, ni siquiera un leve olor a licántropo joven en el aparcamiento del instituto. Había desaparecido por completo, igual que la nieve en verano.

Debería haberme alegrado por ello. Al fin y al cabo, su ausencia favorecía a la manada. Si Jack desaparecía, se acababan los problemas.
Sin embargo, no lograba convencerme a mí misma. Los lobos hacíamos muchas cosas –transformarnos, ocultarnos, cantar a la luna fría y solitaria–, pero no nos evaporábamos sin dejar rastro. Los que desaparecían eran los seres humanos. Esos mismos seres humanos que nos convertían en monstruos.

Temblor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora