11 °C
Daniela.
Dediqué buena parte del día a hacer el trabajo de Lengua mientras Poché, tirada en el sofá, leía una novela. Era como una especie de tortura: las dos en la misma habitación, separados por un libro de texto tan eficaz como un muro.
Después de unas horas sólo interrumpidas por un breve descanso a la hora de comer, ya no pude soportarlo más.
—Creo que estamos perdiendo el tiempo —confesé.
Poché no contestó y me di cuenta de que no me había oído. Repetí mis palabras; ella parpadeó y fue centrando la mirada en mí mientras regresaba de dondequiera que estuviese.
—A mí me hace feliz estar aquí, a tu lado —respondió—. Con eso me basta. —Estudié la expresión de su rostro durante unos momentos para averiguar si hablaba en serio.
Poché dobló la esquina de la página que estaba leyendo, cerró la novela con delicadeza y dijo —¿Te apetece ir a algún lado? Si has avanzado lo bastante en el trabajo, podríamos ir a la casa de Beck para ver si Jack ha estado por allí.La idea me atrajo: desde que Jack había aparecido en el instituto, me intranquilizaba no saber dónde y cuándo volvería a presentarse.
—¿Crees que lo encontraremos en esa casa?
—No lo sé. Los licántropos nuevos siempre acaban yendo allí y, además, la manada suele vivir muy cerca, en la parte del bosque de Boundary que da a la casa —explicó Poché —. Ojalá haya logrado encontrar su sitio en la manada.
La expresión de Poché denotaba inquietud, pero no dijo nada más. Yo sabía por qué quería que Jack encajase con los demás lobos: no quería que, por su culpa, alguien más descubriera el secreto de los licántropos. Aún así, Poché parecía estar preocupada por algo más, algo grave y teñido de misterio.
Fuera, la tarde tenía una luz dorada. Nos montamos en el Bronco y conduje hasta la casa de Beck siguiendo las indicaciones de Poché. Tuvimos que recorrer la serpenteante carretera que bordeaba el bosque de Boundary durante más de media hora; nunca había caído en la cuenta de lo grande que era el bosque, pero, claro, así tenía que ser. ¿Cómo iba a pasar desapercibida toda una manada de lobos, si no? Al llegar, aparqué el Bronco en la entrada y miré de reojo la fachada de ladrillo. Las ventanas parecían ojos cerrados; allí no había ni un alma.
Cuando Poché abrió la portezuela del pasajero, me asaltó la dulce fragancia de los pinos que rodeaban el lugar.
—Bonita casa —dije.
Observé las altas ventanas, que resplandecían con los rayos del sol. A pesar de su enorme tamaño, aquella casa me cayó bien. Tal vez fuera por los setos, desgarbados y mal podados, o por el comedero para pájaros, tan erosionado por la intemperie que parecía haber nacido en el jardín. Era un lugar decididamente acogedor y se ajustaba extrañamente a la forma de ser de Poché.
—¿Cómo consiguió Beck la casa?
Poché frunció el ceño.
—Antes trabajaba de abogado para gente rica, así que tiene dinero. La compró para la manada.—Qué generoso por su parte —opiné, cerrando la portezuela del coche—. ¡Mierda! —Poché se apoyó en el morro del Bronco para mirarme.
—¿Qué pasa?
—Se me han quedado las llaves dentro del coche y el seguro está puesto. ¡Qué despistada estoy!
Poché se encogió tranquilamente de hombros.
—No te preocupes, Beck tiene una ganzúa. Lo solucionaremos antes de irnos.
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Temblor
WerewolfCuando el amor te hace temblar en otoño, es mejor que el invierno no llegue nunca: las primeras nevadas pueden arrebatarte a quien más deseas. Hace años, Daniela estuvo a punto de morir devorada por una manada de lobos. Inexplicablemente, uno de ell...