Espada

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—Nunca olvides que te amo, duerme bien, mi pequeña sanguijuela.

Los ojos de Elsa se cerraron al escuchar las palabras de Jack. Su cuerpo cayó en los brazos de su señor al este ver que estaba a punto de quedarse dormida de pie, sintiendo ese cálido cuerpo cerca del suyo, dejando la rubia su mejilla sobre el pecho de él, sus brazos estaban colgados mientras que los del albino estaban sobre la cintura de ella. Elsa ahora estaba dormida, sin percatarse como Jack, había subido una de sus manos a ese cabello rubio que tanto le gustaba, dejando un pequeño beso sobre este mientras una lágrima resbala por su mejilla.

Trató de verse fuerte cuando la tomó entre sus brazos, llevando sus frías manos detrás de las rodillas de ella y a su espalda, mirando como Elsa parecía dormir plácidamente a su lado, dejando su cabeza sobre el hombro de ese albino. La mandíbula de Jack se tensó cuando sintió ganas de llorar al sentir miedo de ser la última vez que la tendría en sus brazos, dejó un pequeño beso sobre la frente de su novia sin querer dejarla ir, pero debía hacerlo al querer mantenerla a salvo.

Se acercó hasta la casa de Elsa, sin tener ánimo de correr al querer prolongar más esa inevitable despedida, lamentando cuando después de unos minutos llegaron al hogar de la rubia. Miró como seguían guardando las cosas con la ayuda de su familia y de los trabajadores de la mudanza, dirigiendo su mirada a ese castaño que estaba en silla de ruedas, notando como este se sobresaltó al ver a su hija inconsciente en los brazos de ese albino que se había transformado en un licántropo frente a sus ojos.

—¡Elsa! —llamó John, apresurándose a llegar hasta ellos al empujar las ruedas de su silla—. ¿Qué le hiciste?

—No le hice nada —aclaró Jack, caminando con Elsa en sus brazos—. Solo está dormida.

John se detuvo cuando vio a ese albino acercarse hasta el automóvil en donde también estaba Iduna; frunciendo su entrecejo cuando vio como dejó con delicadeza a Elsa sobre el asiento trasero. Se quedó detrás de ese albino que cubría el pecho de la rubia con el cárdigan que ella llevaba puesto al no querer que el frío viento la tocara, John lo siguió con la mirada cuando notó que Jack se había percatado que estaba esa bufanda roja que antes ella utilizaba de niña a su lado, tomándola y envolviéndola alrededor del cuello de Elsa, demostrando en todo momento lo preocupado que estaba al ser la primera vez que estarían alejados y que ya no estaría a su lado para cuidarla de cualquier cosa, ya fuera incluso de una tonta enfermedad.

—¿Por qué la cuidas tanto? —preguntó John.

Jack terminó de acomodar esa bufanda que estaba sobre el cuello de Elsa, tapando también con esta sus delgados labios. Acercó una de sus frías manos a la mejilla de ella, acariciando con su dedo pulgar esa tersa piel pensando inevitablemente que podría ser la última vez que lo haría si en esa batalla muriera por defenderse de esos vampiros que, parecían ser los fieles sirvientes de su abuelo. No pudo contener las ganas de dejar nuevamente un beso sobre la frente de su amada, lamentándose el no poder ir con ella al no querer dejar sola a su familia y amigos.

—Porque la amo —respondió Jack—. Estoy enamorado de su hija.

Se podía notar la sorpresa de John por escuchar esa confesión, mientras miraba como él se alejaba de su hija y cerraba la puerta para que le frío viento del invierno ya no la tocara. Jack le dio la cara a ese hombre que estaba en silla de ruedas, mirándolo cruzarse de brazos y demostrar con la expresión de su rostro lo molesto que estaba por escuchar esas palabras.

—Escuche, sé que no soy bueno para Elsa, de hecho, no soy bueno para ninguna mujer —dijo Jack, manteniéndole la mirada a John—. Pero, la amo más que a nada, por eso borré sus recuerdos en donde estábamos juntos, porque si yo llego a morir en la batalla que se aproxima no quiero que ella sufra por eso, quiero que tenga una vida feliz aun si yo ya no estoy en ella.

DesiderátumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora