Bruja

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—Es la última vez que vamos por ti —dijo Elinor con enfado—. Ya tienes diecisiete años, Mérida. Comienza a madurar de una vez y deja de meterte en problemas.

—Yo no hice nada malo —se defendió la pelirroja—. Yo no fui quien inició con la pelea, yo no estaba tan siquiera peleándome con alguien en esa fiesta.

—Aun así, estuviste de nuevo arrestada por culpa de tus estúpidas fiestas.

Elinor llevó una mano a su nariz, apretando su tabique en un inútil intento de controlar su enojo por haber tenido que ir por su hija; aun cuando su esposo le pedía que se calmara, no podía hacerlo por saber que solo iba a ser una de tantas veces en las que tendrían que ir por ella. Su cabello castaño que era adornado con algunas canas, cae a los lados de su rostro en el momento que agachó su cabeza, sintiendo que solo eso le causaba su hija cada vez que salía: insufribles dolores de cabeza.

—No volverás a salir de esta casa hasta que te gradúes —finalizó la mujer, dándose la media vuelta.

—No puedes retenerme aquí tanto tiempo —se defendió Mérida, mostrando su enfado con el tono de su voz—. Ya hago todo lo que me pides, lo menos que puedes hacer por mí, es permitirme salir con mis amigos.

—¿Amigos? —cuestionó Elinor, volteando a ver a su hija—. Ese niño Miguel, que solo se mete en problemas no puede ser tu amigo, Tadashi sí lo es, ya que, él no te mete en problemas como el otro, y Elsa, ella sí era tu amiga. Deberías ser un poco como ella, ¿por qué no te comportas como Elsa y dejas de meterte en tantos problemas?

—¡Cierto! Olvidé que tú quieres como hija a mi mejor amiga, no tienes idea de cómo lamento que te haya tocado alguien como yo de hija, debes estar devastada por tenerme en tu vida.

Fergus salió de la cocina en cuanto la discusión de su esposa y de su hija iba subiendo cada vez más y más de tono, quedándose en el marco de la puerta y mirando como Mérida tenía sus manos hechas puño, mientras que Elinor, también se miraba molesta por estar discutiendo con esa pelirroja que había heredado su carácter. Ese hombre robusto y de gran tamaño se sentía cansado por escuchar la discusión de esas dos mujeres que tanto amaba, pero que también lo sacaban de quicio cada vez que discutían.

Mérida miró a ese hombre tan grande y alto estar entre la cocina y la sala, viendo esos pocos centímetros que le faltaban a su cabeza para tocar el techo por ser tan alto, mirando como su padre se cruzaba de brazos sintiéndose cansado y sin ánimos de entrometerse en esa discusión. Dejó de ver a Fergus, dirigiendo sus verdes ojos hacia su madre, enfureciéndola más el hecho de pensar que ella estaba recordando a Elsa, doliéndole no ser lo suficientemente buena para su madre.

—Si tan sólo fueras más como Elsa —susurró Elinor.

—¡Pero no soy ella! ¡Ella ya se fue del pueblo hace cinco meses! ¡Se fue sin despedirse de mí, así que olvídate de ella y resígnate a tenerme a mí como hija!

—¿Ahora eres tú la enojada? Yo fui a las dos de la mañana por ti a la cárcel para sacarte de ese lugar en donde te metiste por irte a tu estúpida fiesta. Si maduraras de una vez, no tendríamos que tener esta estúpida discusión.

—O si tú dejaras de mencionar que no soy la hija que querías y soñabas tener, tampoco tendríamos está discusión.

Mérida tensó su mandíbula cuando vio a su madre hacer un movimiento con su mano para que parara de decir esas palabras que sentía la pelirroja que eran verdad, mirando a Elinor caminar a su lado, teniendo la intención de regresar a su dormitorio y retomar el sueño que interrumpió en cuanto Mérida les llamó para que la sacaran de esa horrible celda en donde ya había estado anteriormente. Bajó su mirada por dolerle saber que su madre sería feliz si tenía una hija como Elsa, una alumna ejemplar que nunca salía a fiestas y se metía en problemas, alguien que estuviera solo concentrada en sus estudios e hiciera todo lo que sus padres le ordenan sin discutir.

DesiderátumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora