Perdida

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La brisa del fresco aire golpeó en el rostro de Jack, disfrutando el albino de ese tranquilo día al estar solo en el bosque. Su espalda estaba recargada en el tronco de ese gran y viejo árbol, sus brazos estaban cruzados frente a su pecho y sus ojos estaban cerrados, estando a punto de quedarse dormido por el silencio tranquilizante que había a su alrededor.

—¡Señor Jack! —gritó Elsa.

Jack abrió sus ojos, volteando su cabeza hacia esa niña de once años que corría a su encuentro. Viendo como su rubio cabello —que era sujeto en una baja coleta— se movía al ritmo de su andar, una gran sonrisa había sobre su rostro por ver a su señor en el mismo lugar de siempre, apresurándose a correr con más fuerza sin importarle lo pesada que estaba su mochila por todos esos libros y libretas que había dentro de esta.

La vio detenerse a un lado de su cuerpo, llevando sus pequeñas y rosadas manos a sus rodillas, inclinándose hacia adelante al tratar de recuperar el aire perdido por su corta carrera. Dejándole ver de cerca ese short de mezclilla que usaba en ese día soleado, una playera azul de manga larga, unos sucios tenis blancos y alrededor de su cadera estaba su típica chaqueta de mezclilla, decidiendo quitársela cuando comenzó a sentir cada vez más calor en el transcurso del día.

—Ya regresé de la escuela, señor Jack —informó Elsa.

—Sí, ya lo noté —respondió con sarcasmo—. No tienes que correr y gritar cada vez que regresas de la escuela. Sé que regresas sin necesidad de hacer tanto alboroto.

—Lo siento, es solo que me emociona mucho verlo después de tantas horas separados.

Jack no le respondió a esa niña que no dejaba de sonreírle, provocando que las pecas que había debajo de sus ojos y sobre su nariz se movieran sutilmente por culpa de esa sonrisa. Dejó de mirar a esa pequeña que sintió que su respiración ya estaba regularizada después de unos momentos en calma; quitando de sus hombros las agarraderas de su mochila con la apariencia de una piel de cebra.

—¿Cómo estuvo su día, señor Jack? —preguntó Elsa, sacando un libro—. El mío estuvo genial, aprendí muchas cosas y el profesor me felicitó por ofrecerme a pasar al pizarrón a resolver un problema de matemáticas.

—Felicidades —dijo Jack, fijando su mirada a ese teléfono que sacó de uno de los bolsillos de su cárdigan—. ¿Algo más?

—Sí. Tadashi, dijo que lo disculpara, pero que tenía una cita con su psicólogo. ¿Sabe que es un psicólogo, señor Jack? —Él respondió con un asentimiento de cabeza—. ¿Qué es?

—Investígalo tú sola.

Elsa hizo un pequeño puchero por esa respuesta tan cortante de su señor, encogiéndose de hombros cuando sacó una de sus libretas, preparándose para hacer los deberes que el profesor les había dejado antes de que la campana sonara. Mientras Jack: veía la música que había guardada en su celular, leyendo solo títulos de sonatas al preferirlas en vez de canciones en donde la voz de los cantantes no lo dejaran apreciar la música de fondo.

Eligió una sonata de Beethoven, escuchándose la melodía en ese tranquilo bosque en donde el sonido del piano y el del arroyo lo hacían sentir tan tranquilo por estar en su lugar favorito, permitiéndose volver a cerrar sus ojos por sentirse en paz de tener a su lado a esa pequeña niña; que trataba de acomodar lo mejor posible ese libro para que éste no cayera sobre su regazo.

—Quédate quieto —ordenó Elsa, sintiéndose un tanto molesta de que ese libro siguiera resbalándose—. Te dije que te quedes quieto.

Frunció ligeramente su entrecejo por sentirse molesta con ese libro, quitando esa expresión de enojo y cambiarla a una de sorpresa por ver a su señor tomar ese libro que le estaba causando tantas molestias. Se sintió sorprendida de ver que una de las grandes y largas manos de Jack tomaba ese libro, dejándolo recargado a lado de una de sus piernas, apuntando esas hojas a la dirección de esa rubia para que está copiara lo que había escrito en esas páginas.

DesiderátumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora