Charla

1.6K 111 455
                                    

—Jack, hijo —llamó la voz masculina al otro lado—. ¿Estás bien? —No recibió ninguna respuesta—. Hijo, por favor. Abre la puerta, no puedes quedarte escondido en tu habitación para siempre.

El vampiro fijó sus brillantes ojos esmeraldas a su mujer, estando está de pie a su lado al también sentirse preocupada por ese albino que no decía una sola palabra desde hace un par de días, pareciendo que esa habitación estaba completamente sola y que ellos solo estaban hablando con una simple puerta de madera que jamás les iba a responder a sus súplicas.

—Jack, abre la puerta —pidió Mavis—. Por favor, hijo. Abre, no fue tu culpa lo que pasó, perdiste el control por un momento, pero no era algo que quisieras hacerles a esas personas.

—Es verdad, no fue tu culpa —apoyó Aster—. No hay necesidad de que te encierres de esa manera, no fue tu culpa lo que pasó. Fue un momento de desesperación por el cual pasaste.

—¡Lárguense! —gritó Jack—. ¡No quiero ver o hablar con alguien! ¡Déjenme en paz! ¡Váyanse!

La pareja intercambió una desanimada mirada, asintiendo Mavis levemente con su cabeza, conociendo muy bien a su hijo y saber a la perfección que él no saldría de esa habitación; que lo que ahora necesitaba y más que nada deseaba era el estar solo y lamentarse de lo que había hecho. Tomó a Aster del brazo, obligándolo a caminar por ese oscuro pasillo que era alumbrado solo por tres simples veladoras.

Mientras que en esa habitación: se podía dilucidar un cuerpo pálido sentado en una cama, escondiéndose en una de las esquinas sin poder dejar de mecerse al recordar lo que había hecho hace unos días; sin poder creer que hasta hace poco se sentía tan feliz, siendo todo lo contrario a lo que estaba sintiendo en esos momentos, en donde solo podía sentir odio a sí mismo, tristeza por perder a la mujer que amaba y arrepentimiento por haber lastimado a personas que no tenían absolutamente nada que ver con lo que pasaba en su vida.

Aquel cabello blanco lo utilizaba como cortina al este ser lo bastante largo para cubrir sus mejillas, su barbilla, cuello y parte de su pecho. Esa mirada en donde se podían distinguir esos dos colores tan diferentes entre sí, clavó sus ojos en algún punto fijo de esa oscura habitación en donde; solo había una vieja cama con sábanas blancas, una mesita de noche y encima de esta un candelabro dorado con tres velas, encontrándose estas apagadas al querer el albino estar en completa oscuridad y soledad en ese lúgubre lugar que ahora era su habitación.

Sus piernas estaban flexionadas mientras sus brazos las rodeaban con algo de fuerza; mirándose como un pequeño niño que se aferraba a su oso de peluche al imaginar en su mundo de ensueños que este lo protegería de cualquier mal. Su rostro estaba casi cubierto por sus rodillas, solo viéndose esos apagados ojos que parecían haber perdido por completo su peculiar brillo, al igual que había perdido las fuerzas para poder seguir viviendo; llevándoselas su princesa esa fatídica noche.

Su cuerpo se mecía sobre esa cama que no dejaba de hacer ruido con cada uno de sus movimientos, viéndose gracias a la luz de la luna que entraba por esa pequeña ventana, las manos de él, estando estas completamente sucias de sangre, siendo esta de todas esas personas que estuvieron en el momento equivocado. Sin lograr descifrar a quien le pertenecía ya que se mezclaron aquellos olores en su piel.

Claro que sabía que estaban sus manos, su cuello y su rostro sucio de la sangre de todas esas personas que había asesinado hace unos días, escuchándose aún en su mente con claridad aquellos últimos gritos que dieron antes de que él bebiera de ellos o tragara sus corazones, o simplemente... Acabar con sus vidas para que así dejaran de gritar por ayuda o por miedo a la muerte. Recargó su frente sobre sus rodillas cuando el sonido de esos gritos se hacían casa vez más y más altos en su cabeza, era como si alguien estuviera subiendo el volumen de ese recuerdo al querer torturaron por todo lo que les había hecho, en especial a esa anciana, a esa pareja y a ese pequeño e inocente bebé que no paraba de llorar al ver a esa bestia albina devorar a su abuela.

DesiderátumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora