Llegada

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—Por favor, levante unos centímetros más sus brazos, majestad —pidió Alberto con timidez al no querer ser irrespetuoso con Elsa.

Elsa hizo lo que el castaño le pidió, notando al instante que él estaba avergonzado al creer que a Jack le enfadaría que le diera órdenes a su esposa; desviando su mirada hacia ese albino que estaba de pie delante de la entrada de esa gran casa, mirándose impasible al estar cruzado de brazos y apreciando el espectáculo de ver a su sanguijuela tratando de apuntar lo mejor posible a ese maniquí que, Luca estaba colocando al ser este el que la ayudaría con su puntería; asegurándose de dejarlo frente a uno de esos árboles. Luca se alejó de ese maniquí al estar completamente seguro que estaba bien colocado, caminando hasta acercarse a ese albino.

Esos ojos color miel y azul no podían dejar de ver como esa rubia se esforzaba para no sentirse nerviosa: sin aún poder creer que en verdad tuviera un arma entre sus manos, evitando que sus manos temblaran por sus nervios al pensar que así podría proteger a su esposo e hijos. Tomó una gran bocanada de aire, su mirada se fijó en esa figura que tenía la forma exacta de un cuerpo humano, disparando cuando Alberto se lo ordenó; bajando decaída sus brazos por ver que esa bala había logrado llegar hasta un árbol que estaba a unos metros alejado de ellos, sin haber conseguido tan siquiera haber rozado ese maniquí.

—¡Lo está haciendo muy bien! —la motivó Alberto con una sonrisa—. Solo debe mover sus brazos unos centímetros a la derecha y logrará acertar.

—¿De verdad lo crees? —preguntó Elsa un tanto emocionada—. Mira que puedo creer en tus palabras y convertirme en una gran tiradora.

—Estoy seguro de que podrá conseguirlo, majestad —le sonrió, acercándose unos centímetros a ella—. Si me permite, me gustaría fijar el arma al maniquí, así que, disculpe.

Elsa permitió que ese vampiro tocara sus brazos, moviéndolos unos centímetros para que la boca del arma quedara exactamente en el pecho de ese maniquí; se alejó inmediatamente una vez que se aseguró que la puntería de ella esta vez si fuera a ser acertada, mirando por reflejo a ese albino que no se miraba molesto por ver que él hubiera tocado a su esposa. Siguiendo con ese rostro que no demostraba ninguna emoción, ya fueran celos o enojo.

La rubia una vez más maldijo por no haber conseguido hacer que esa bala entrara en el pecho del maniquí, volviendo a apuntar y retener su respiración al creer que eso era lo que provocaba los cientos de fallos. Los tres vampiros miraban como Elsa seguía disparando sin haber conseguido dispararle a ese maniquí; haciendo que los ojos de su esposo se pusieran en blanco por ver como ella comenzaba a maldecir en voz alta sin importarle que esos vampiros la estuvieran observando, quedándose un tanto sorprendidos Luca y Alberto por esas malas palabras que no esperaban escuchar por parte de ella.

—Si me permite, majestad —dijo Alberto, acercándose unos centímetros a Elsa—. Déjeme decirle que no es bueno que cierre uno de sus ojos, procure tener ambos abiertos al momento de disparar, sostenga la respiración y concéntrese. Apunte el arma justamente en el centro, coloque su dedo índice en el gatillo y asegúrese que sea la yema de su dedo la que presione el gatillo, coloque su mano izquierda sobre la derecha, esa debe ser solamente para afianzar su posición y no para que ambas sostengan el peso del arma.

—De acuerdo, ya lo entendí.

Elsa se apresuró en hacer lo que su nuevo instructor le había ordenado, concentrándose solamente en apuntar hacia el pecho de ese maniquí, retener su respiración y asegurarse que su dedo estuviera bien colocado sobre el gatillo, obligándose a no cerrar su ojo derecho y sujetar con sus dos manos esa arma. Tomó una gran bocanada de aire antes de disparar; dejando a Luca y a Alberto sorprendidos por haber logrado darle a ese maniquí que cayó al piso por ese fuerte impacto que había recibido de esa arma.

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