Epílogo

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3 años después.

Jack estaba de pie y cruzado de brazos, mirando fijamente esa agua que corría delante de él, apreciando como el agua del arroyo se iba frente a sus ojos sin este poder hacer algo al respecto. No dejó de mirar ese arroyo aun cuando podía escuchar unas pisadas detrás de su cuerpo, levantando la comisura de su labio por escuchar que estaba más y más cerca esa rubia que lo acechaba como si fuese una fiera que estaba a punto de devorar a su presa, viéndose su sonrisa en la oscuridad y siendo solo iluminada por la luz de la luna.

Solo necesitó girarse rápidamente y llevar su mano a la frente de esa rubia que se detuvo en cuanto fue descubierta por Jack, quedándose sus pequeñas manos a unos muy escasos centímetros de las piernas del albino, sin poder dar otro paso por este poner fuerza en su agarre e impedirle que siguiera avanzando. Ocultando su sonrisa por ver como ella seguía moviendo sus piernas hacia adelante para querer tocarlo, estirando aún más sus brazos como si con esos fuera a alcanzar su objetivo.

—Eres demasiado ruidosa —dijo Jack.

—No es verdad —se defendió Anne, quitando la mano de su padre de su frente—. Hiciste trampa.

—No lo hice, eres tú la que hace demasiado ruido —expresó el albino con una sonrisa—. Eres como un pequeño ratón. Pequeño, pero, demasiado ruidoso.

—¡Papi! —gritó Eloísa, llamando la atención de Jack—. ¡Desde aquí puedo ver la luna!

Jack puso sus ojos en blanco cuando vio que Eloísa estaba de pie en esa gran rama en donde él antes solía sentarse para poder ver el atardecer junto a una pequeña Elsa; mirando que la menor de sus hijas dejó una de sus manos apoyadas en el tronco para evitar que su cuerpo cayera, sonriendo por ver esa luna blanca que había en esa oscura noche. Anne sonrió por ver a su hermana en ese árbol, acercándose también a este por ella igual querer ver la luna, siendo detenida por su padre al este tomarla de la parte de atrás de su jersey, provocando que sus pequeños pies ya no tocaran el césped que había debajo de ella.

—Baja de ahí, ahora —ordenó Jack.

Anne pataleaba en un intento de querer liberarse, cruzándose de brazos en cuanto entendió que su padre no la soltaría, mirándose como si esta fuera una pequeña bolsa que estaba siendo sostenida por Jack. Frunció ligeramente su entrecejo, levantando sus labios en modo de demostrarle su molestia a ese albino que solo veía a Eloísa; temiendo que esta cayera o saltara y se hiciera algún daño. Viéndose en los ojos de Jack como si sus hijas solo fueran unas simples humanas y no unas híbridas mitad vampiro y mitad lobo.

—¡Papi! —llamó Eloísa con una sonrisa—. Si salto, ¿me atraparás?

—No —respondió al instante—. Tú te subiste ahí sola, ahora baja tú sola.

Los ojos del albino se pusieron en blanco por ver que Eloísa no le habían importado las palabras de su padre, saltando sin ningún miedo de ese gran árbol, sabiendo que Jack no la dejaría caer. La risa de Eloísa resonó en todo el bosque por haber sido agarrada por su padre, tomándola de la parte de atrás de su jersey, solo que a ella la había subido a su hombro, caminando ese híbrido con esas dos niñas que luchaban para zafarse del agarre de su padre, queriendo seguir molestando al encontrar eso divertido.

Elsa lanzó un trozo de leña que avivó el fuego de esa fogata que había afuera de esa casa en donde vivió unos años a lado de sus padres. Esa casa en donde jamás pensó que su vida cambiaría para siempre desde el primer día que había llegado a vivir a lado de John e Iduna, siendo esa casa un fiel testigo de cómo una pequeña Elsa de diez años creció, se casó y ahora era madre de dos niñas que encontraban entretenido desafiar las reglas que les daba su padre; saliendo solas cuando él se los prohibía.

DesiderátumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora