Capítulo 34

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Se siente raro, todo mi cuerpo cosquillea, siento como cada parte palpita

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Se siente raro, todo mi cuerpo cosquillea, siento como cada parte palpita. Siento como el aire pasa a través de cada poro.

Siento que si me muevo más de la cuenta me romperé y no se si duele más la tentación o el miedo a comprobarlo.

La imagen de él ha desaparecido, por el momento.

Había tenido sueños sobre él, sobre las cosas que pasaban en el sótano pero nunca se había manifestado mientras estaba despierta.

Mi cuerpo tiembla y el rubio chico que ha permanecido sentado en silencio a mi lado lo nota.

No necesito leer sus pensamientos para saber que se muere por hacerme mil preguntas.

La razón por la que le pedí que se quedara fue en parte por que quiero que lo haga.

Ya han pasado diez minutos y sigue mirándome con el ceño fruncido.

—Qué mentirosos.—mis palabras rompen el silencio tan bruscamente que Bemus se queda sin aire.

El chico parpadea rápidamente, yo hago mi mayor esfuerzo para no reír al ver a través de sus ojos con su mente trata de entender mi comentario.

—Dijeron que esta clase dolía pero eso fue mucho peor que el dolor.—digo quejándome, tratando con dificultad de darse la vuelta.

Bemus se levanta rápidamente y me ayuda.

Toma mis brazos y me voltea.

Suspiro con dolor cuando mi espalda tocaba la cómoda cama.

Dejo caer mis brazos, mis ojos se cierran un rato, esperando que el dolor se calme un poco.

Cuando los abro noto como los ojos de Bemus están fijos en mi brazo. Más específicamente en el pequeño espacio de piel que no está cubierto por el vendaje ya que este se movió.

Miro mi brazo, viendo como una cicatriz morada sobresale de mi blanca piel.

Mis ojos van a los de Bemus pero él no se atreve a regresar la mirada.

Su ceño se frunce nuevamente y sus labios se separan.

Pero como era de esperarse, no dice nada.

Miro mi brazo otra vez y con mucho esfuerzo lo levanto y empiezo a quitarme las vendas ante la mirada del chico rubio.

Luego de una increíblemente dolorosa tarea dejo caer mi brazo izquierdo sobre la cama y jadeo un poco mientras siento un sudor helado bajando por mi frente.

Mi brazo derecho queda completamente al descubierto y cada una de las heridas quedan a vista de Bemus.

Mi corazón palpita fuertemente mientras que los amarillentos ojos de Bemus recorre cada una de ellas con cuidado.

Las de mis muñecas, las de mis antebrazos, las verticales, horizontales y las que tienen formas extrañas.

El chico mira lo que parece ser más cicatrices moradas que la piel blanca.

Luego de unos diez minutos aparto mi vista de mi brazo y lo volteo a ver. Esta vez él si esta mirándome.

Hay una pizca de molestia en sus ojos, sus hombros están tensos y sus puños sujetan fuertemente sus pantalones.

No despego mis ojos, tratando de guardar cada movimiento y expresión en mi memoria para siempre.

—Pero si tú puedes...—las palabras parecen salir sin que él las controle.

Mis cejas se alzan. Mi clara curiosidad ante sus palabras hace que el chico cierre sus ojos arrepentido.

—¿Si yo puedo hacer que se curen?—pregunto y el chico abre sus ojos como si el hecho que haya sido yo la que lo mencione sea como si ya de por si no fuera una idea completamente absurda.—Ya me imaginaba yo que Neo les contaría, debo admitir que fue divertido ver su reacción en la cocina ese día.—digo riéndome un poco para luego quejarme por el dolor.

"Lo merezco por terca"

—¿Entonces no lo imaginó?—lo miro aburrida, haciendo entender que las preguntas ambiguas me aburren. Bemus retoma la palabra.—¿Tus heridas se cierran automáticamente?—lo miro con una pequeña sonrisa sin mostrar mis dientes.

Pero no digo nada, no por un tiempo.

En mi mente pasan las dos posibles situaciones que tengo delante.

Decirle la verdad o reírme en su cara.

Aunque reírse de alguien siempre suena tentador la curiosidad que siento al poder abrir miles de preguntas luego de decirle la verdad hace que mi corazón palpite con fuerza.

Giro mi rostro hacia el lado contrario, miro la mesa de noche cerca de mi cama y me muevo como puedo para abrir el primer cajón. Saco lo que busco y lo oculto en mi puño.

Con dificultad y dolor vuelvo a ponerme en el mismo lugar.

Miro fijamente a Bemus, estiro mi mano hacia él, mostrando el pequeño y afilado objeto metálico: una navaja.

—¿Por qué no lo averiguamos?—ofrezco con una sonrisa gigante en mi rostro, y emoción brillando en mis cerrados ojos.

Bemus me mira como si estuviera completamente loca, yo me río al escuchar mi emocionado corazón amenazando con explotar.

El ruido de la ventana abriéndose de golpe por el viento hace que el chico que parece haberse quedado en trance se sobresalta.

—¿Estas loca?—dice apartando mi brazo.

Me quejo por el dolor y él hace una pequeña mueca de arrepentimiento.

—¿Quieres saberlo o no? Esta es tu oportunidad de ver con tus propios ojos si lo que tu amigo te contó es real u obra de su imaginación.—le digo dejando caer mi brazo para buscar la navaja que se cayó en la cama por el arrebato.

La tomo entre mis dedos y estiro mi mano nuevamente.

—No voy a cortarte.—dice firme apartando mi mano, pero yo no aparto mi mano, siento más fuerza y se la ofrezco empujándola un poco mientras él empuja mi mano de regreso negándose a la diversión.

Ninguno de los dos cede.

Sus ojos empiezan a encenderse con frustración y los míos con desesperación.

"Córtame, córtame, ¿no sería divertido verme sangrar? Córtame"

Un fuerte dolor en el brazo me hace bajarlo con dolor.

Pero la presión de la mano de Bemus no capta a tiempo y sin quererlo el chico empuja la navaja y esta sale volando hacia mi rostro.

Es un leve toque, como una gota que baja por una ventana.

La navaja cae sobre mi cabello al lado de mi oreja.

Bemus se queda paralizado viendo como un corte no tan largo aparece en mi mejilla.

Una línea de sangre morada empieza a derramarse. Pongo mi mano sobre el borde de mi rostro para que no manche mi uniforme.

—¡Lo lamento!—Bemus se para, sus temblorosas manos dudan si tocar mi rostro para detener el sangrado o si correr al baño por papel.

Noto como el pánico del momento no lo deja hacer lo primera así que intenta voltearse para correr hacia el baño. Lo sujeto, por segunda vez, de su uniforme para que se detenga.

Bemus voltea a verme entre desesperado y molesto, sin entender porque lo estoy deteniendo.

Pero luego lo entiende, porque sus ojos pasan de los míos hacia mi mejilla, mi completamente sana mejilla.

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