Capítulo 3: tu entrenamiento

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Aquella mañana en la que el sol se adentraba en la oscura habitación de Izuku Midoriya por medio de la ventana cuidadosamente limpiada, el joven abre sus ojos con un toque fastidioso de su ceño. No había muchas mañanas que le levantasen tan bien como esa. Probablemente se quedó dormido más temprano de lo usual y estuvo sensible a la luz. De cualquier manera, esa no era la hora de despertar, no la común. Midoriya se levanta, rasca sus ojos por una pequeña comezón que le dio separar los parpados y con la vista para contemplar su pieza trata de no vislumbrar tan borroso los adornos de esta. El poster de la heroína número 1 Nana Shimura lo saludó como cualquier otro amanecer en el año, pero Izuku no mostró mucha emoción esta vez, de hecho, por primera vez le incomodaba pensar en su fanatismo y el gusto exótico que adquirió desde que supo que esa mujer pelinegra existía. La vida golpeaba duro, Izuku era uno de muchos que sabía ello. Mantenerse firme siempre y con la misma actitud no iba a ser posible, ni siquiera para esa mujer.

"Ring"

—Debería remodelar —se dijo así mismo después de escuchar y apagar la alarma con la imagen de Nana Shimura de fondo mostrando su típica alegre sonrisa. Suspiraba pesadamente mientras lo hacía. —¿Por qué pondría la alarma tan temprano?

Una curiosa cuestión. Se tomó un buen minuto para que unas palabras le trajeran recuerdos de su día anterior. Eso es lo que debió asumir. One for all y el próximo portador.

—Creo que realmente debería remodelar —se volvió a repetir, con una risa irónica y quisquillosa que sacó por pensar que conocer a la mismísima Nana Shimura y muchas cosas sobre ella era producto de su imaginación, o algún buen sueño.

"Toc toc" irrumpieron en su pensar al llamar a su puerta.

—Adelante —dijo el peliverde, sabiendo que era su madre. No podía ser nadie más, aun así, se encontraba extrañado de que ella llamase a su puerta.

—Cariño, pensé que seguirías durmiendo —dijo Inko Midoriya, dejando solo ver la mitad de su cuerpo por la puerta.

—Eso debería estar haciendo —contesta Izuku, un tanto soñoliento aún.

La madre no estuvo muy a gusto en ese espacio entre ellos, por eso no entró completamente. Desde que vio a su hijo volver con una mirada tan vacía como un poso de 100 metros de profundidad tuvo un mal presentimiento. Las respuestas a falta de emoción de su hijo la preocupaban de peor manera.

—¿Por qué estás aquí? —cuestiona Izuku.

—¿Eh? —devuelve su madre, salida de los pensamientos tensos que imaginaba de su hijo el día anterior y le ponían la piel erizada—. Tú me pediste que te despertara por si la alarma no lo hacía.

Su respuesta fue simple y confusa, ligeramente.

—¿Yo te lo pedí? —vuelve a cuestionar el peliverde con extrañez.

—Dijiste que saldrías a correr —complementa su madre al pasar totalmente por la puerta, con la mano posicionada en su acelerado corazón. Si no le preguntaba pronto a su hijo lo que le sucedió se iba a condenar a mil noches de insomnio.

Con sorpresa y el recuerdo ya presente, Izuku hace resonar las palabras "a las 7:30 en la playa" en su cabeza, y su madre siente una sublime calma al ver emoción en esos ojos.

—¿Tienes mi desayuno listo? —pregunta el peliverde, saltando de la cama con apuro y dirigiéndose al armario para abrirlo con un poco de brusquedad.

—Sí, puedes venir cuando termines de cambiarte —agrega Inko, con la sonrisa alegre que la noche anterior no mostró ni en la cena ni en la cama.

Mi Perfecta CasualidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora