Capítulo 22: El Adiós.

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—Tú eres Toshinori Yagi...

La declaración es complementada por la sonrisa del mencionado. Impertérrito, se quitó la mano que tenía pegada a la cara y miró al joven con una mueca mórbida.

—¡Bravo! ¡Espléndido! ¡Magnífico! —comenzó a aplaudir.

Izuku nunca lo había visto, ni en fotos tan siquiera. Nana las había ocultado, o eso suponía. Puesto que no recordaba haberlo contemplado en todas las veces que fue. Pero era él. Podía asegurarlo con total certeza. Ese era el antiguo nominado para poseer el One For All.

—Ella dijo que moriste... Los reportes del...

—¡Stain! ¡Hombre! ¡Te dije que lo sabría antes de que saliese de aquí!

Sus palabras interrumpen esas líneas que diría para cuestionar un pasado inconcluso. Ocasionando en su rostro un giro hacia una pared. En ella unos hombres se sostenían con algo de pereza en sus ceños. Uno era el del centro comercial, el que amenazó con quemar a Mirio, Nejire o Tamaki. Parecía demasiado concentrado en su celular. El otro no era muy visto por las cámaras de la localidad, pero sus rumores se difundían como una plaga del internet: Stain, el asesino de héroes con un récord asombroso por ser relativamente invencible ante todo aquel que no fuese el símbolo de la paz. Su vestimenta se mezclaba entre diferentes tonalidaddes de los colores negros y rojos, plateados también si veíamos su armamento de cuchillas, espadas y otras cosas más que a Midoriya le fatigaría pensar sobre lo que eran. En el medio, una chica rubia estaba sentada en cuclillas, jugando con sus dedos mientras evitaba mirar directamente a Midoriya. De alguna extraña manera, estaba nerviosa, pero al mismo tiempo no, era complicado de saber, parecía más bien una loca. La loca del francotirador.

—Sí, sí. Te pagaré luego —respondió Stain.

Izuku se queda mudo ante sus presencias. Por su mente cruzó el hecho de que era Tártaros, la jodida prisión más segura en todo el país, tal vez del mundo. ¿Cómo demonios podían estar tantas personas en su celda? ¿Los habían capturado? No, aún si fuese el caso, sería demasiada coincidencia el haber terminado en las mismas cuatro paredes. 

Respiró tan calmadamente como le fue posible. Ve las posibilidades que le rodean haciendo un repaso de las cosas. 

—¿Me matarás? —preguntó. —No te servirá. Nana tiene el One For All. Solo te desharás de un frasco vacío.

Firme, como una hoja de acero impactando ante el peligro, vuelve a su postura íntegra, serena y tenuemente fría. 

Los cuatro se dirigieron a él contentos de haberlo oído. Un fastuoso despliegue de miradas enfocadas en lo que identificaban como la octava maravilla del mundo. 

—Eso es irrelevante —comenta Toshinori—. Pero te daré todo el crédito del mundo por mostrarte tan natural a pesar de estar desfalleciendo. Esos no son ánimos fáciles de conseguir luego de estar durmiendo cinco días.

La sorpresa lo devuelve a su estado retraído de hace quince segundos.

—Retiro lo dicho, no te daré tanto crédito —alega Toshinori con gracia.

—¿Cinco días? —se repite Izuku en un susurro—, ¡Mamá! ¡¿Qué pasó con ella?! ¡¿Qué le hicieron?!

En medio de sus interrogantes, sacó algo de las débiles llamas que perduraban en su interior. Rayos tenues salieron de sus ojos, pero tan rápido como aparecieron se desvanecieron. La respiración le faltó y el cuerpo se le entumeció demasiado, tanto, que era asombroso pensar que por poco logra ponerse de pie.

—Buena pregunta —dice el pelinegro de la pared, Dabi, si recordaba las menciones de Toshinori sobre él en una de sus tantas conversaciones. 

La atención le es arrebatada a Midoriya, y Dabi lanza el celular que le impidió formar parte de la charla. Cae en las manos de Izuku, y él lo mira consternado. 

Mi Perfecta CasualidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora