Capítulo 17

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—¡Smash!

Se oyó gritar por todo el pasadizo. Naturalmente, aquellas ráfagas tan potentes de aire salidas de su puño, traerían graves consecuencias para su próxima pelea. Sin embargo, no costaba mucho deducir que ir rostizado a la arena sería mucho peor.

En cuanto el fuego retrocedió, Endeavor curiosamente se cubrió el rostro con el antebrazo. Obviamente no resultó dañado por su propio ataque, fue un reflejo más que nada. Al momento que sintió el calor del rededor desvanecerse, se enfocó en el muchacho.

Sintió una dosis de pánico recorrerle la nuca.

—¡Mocoso! ¡Déjame ver!

La típica pregunta del, "¿estás bien?", haría dudar de su inteligencia. Tenía el brazo amoratado, y sangre salía de pequeñas aberturas en su carne.

Tambaleando en sus primeros pasos, abruptamente se quedó estático por su grito.

—¡No te acerques! —Midoriya demandó.

El tono, o el desgarro en ese alarido fueron irrelevantes en comparación a su mirada. Reflejaba odio puro. Y por un instante, Endeavor creyó ver la silueta de Shoto. Diez o nueve años menor, bajito y mucho más delgado; ambos tenían esos ojos. Ese día se bautizaría como el día en el que Enji Todoroki, recordó, o, mejor dicho, se fijó, de una manera poco agradable, en la cicatriz de su hijo. Esa que indirectamente, él había provocado.

—¡Izuku! —irrumpió una voz entre ellos.

Su mirada prontamente se coloreó con preocupación al reconocerla.

—Nana... —susurró.

—¡¿Qué te pasó?! ¡Tu... tu pelea...! ¡no puedes ir así!

Endeavor sintió la necesidad de marcharse del lugar. Maldición, él lo haría naturalmente si fuera un momento como cualquier otro. Mas sus piernas no se movieron ni siquiera un milímetro.

—Estoy bien... puedo moverlo... por la prisa del caso mis reflejos solo pudieron activar al veinticinco, quizá treinta por ciento —murmuró. Si el héroe numero dos escuchaba algo relacionado con Nana y él, sin importar cuán poca lógica tuviese, Midoriya ya no confiaba para nada en esa persona. Mientras menos palabras escuchase, sería mejor.

—¿Que hiciste qué...?

La presión sobre el hombre se volvió mil veces más abrupta cuando los ojos de Nana se posaron sobre él. Observando minuciosamente cada mínimo rincón de su rostro, notando obviamente también, la gota de sudor nerviosa que caía por su sien. Pero aquel rastro no fue por ella en sí, sino por su esposa, y el escenario tan particular que esos dos de delante le recordaron.

—Endeavor... —llamó con suavidad, seguido de un vociferante hablar desesperado—, ¡¿Qué demonios has hecho?!

Se quedó callado. Las palabras de su mujer resonaron ecoicas en su cabeza.

—¡Déjame en paz! ¡Deja a mis hijos en paz! ¡Por favor! ¡¿Qué demonios crees que haces?!

Las últimas palabras, siendo las más similares a las de Nana, provocaron un mareo intolerable que casi le hace caer de espaldas al suelo, si es que no hubiese recuperado el equilibrio antes.

—Debo irme. Todoroki me está...

—¡¿Qué quieres decir con eso?! ¡Mira tu brazo! —le señaló Nana a Midoriya.

—Estoy bien. Debo ir —agregó poniéndose de pie.

—Pero...

—Tranquila —le dijo reconfortante. —Solo estate tranquila.

Mi Perfecta CasualidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora