Capítulo 4: el comienzo.

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Las alas de las aves revoloteaban con delicadeza sobre las suaves brisas de la mañana, acorde con las olas del mar que se escuchaba resonar en el ambiente, con una calma inhumana. Toda la basura dentro del terreno arruinaba la vista de lo que el horizonte podía llegar a significar para muchos, aunque escuchar el alrededor era placentero, un punto de vista por el cual contemplar el hundimiento del sol no tendría comparación.

—Hey, hey, hey, hey —Nana Shimura, la ahora encargada de crear a un nuevo símbolo de la paz, intenta alentar al joven peliverde que con gran esfuerzo trataba de tirar de la heladera—. ¿Sigues cansado con lo de ayer? Pero si no fue mucho.

Con una manzana mordisqueada en su mano derecha y estando recostada sobre el aire gracias a su peculiaridad, reía con diversión mientras masticaba otro bocado y trataba de no atorarse.

—Perdón por no poder cargar un refrigerador que es como dos veces mi peso —dijo el peliverde, con un hablar alto por el pequeño rugido contenido del esfuerzo.

Unos segundos después, no puede más y cae al suelo. Duró media hora, más de lo que ella esperaba; no la había decepcionado, pero tampoco lo sabía.

—Seguro que si me siento encima podrás llevarla sin esfuerzo —dijo ella con una sonrisa juguetona, ladeando su cabeza y entrecerrando sus bellos ojos negros.

—Como si 86 kilos más pudiesen aligerar la carga —murmura el peliverde, con la cara enterrada en la arena que no trataba de tragar.

—No deberías hablar de mi peso. Es fastidioso —comentó ella, que con un puchero quitó la mirada de su sucesor en el suelo.

—Sí, sí… de cualquier manera. ¿Por qué estoy haciendo esto? —pregunta Midoriya, levantándose con las manos que le temblaban con cada esfuerzo que estaba dando para sentarse cómodamente en la arena.

—Eso es porque no eres un recipiente adecuado —responde la mujer, sin pena y con neutralidad.

Izuku siente un ligero frio subiendo por su espalda y voltea a ver a la mujer mientras esta sacaba su celular.

—¿Entonces por qué me dijiste todo eso la noche pasada? —pregunta nuevamente, sin mostrar indicios del miedo que lo comenzó a consumir poco a poco en su interior.

—Estoy hablando de tu cuerpo —responde ella con gracia, y el flash en la cámara de su teléfono hizo que Izuku levemente cerrara los ojos por no cegarse. Le había tomado una, dos, tres y hasta cuatro fotos. Todas completamente iguales. —Mi peculiaridad, one for all, es una habilidad puramente física de muchas personas juntadas en una. Un cuerpo sin entrenar no puede heredarla correctamente.

Izuku se relajó y el escalofrío se marchó de su espalda cuando escucho esa explicación. No tardó en sacar conclusiones, era un poco obvio para él si lo pensaba. ¿Qué podría pasar si un brazo enflaquecido intentara pegar las paredes de concreto solido que Nana Shimura destrozaba con facilidad?

—¿Me lastimaría si no hiciera esto?

—Algo así. Bueno, no en realidad. De hecho, los brazos hasta podrían arrancarse de ti con solo un golpe —contesto, con una cara un poco nerviosa al imaginarse al chico haciéndolo y llorando por no ver su extremidad pegada al cuerpo.

—Estoy recogiendo basura para fortalecer mi cuerpo —complementa él.

—Sí. Pero eso no es todo.

Guardando su celular luego de ver las fotos con una ligera sonrisa, Nana retrocede a estar frente a la heladera que golpeteo dos veces. La dejó con unas abolladuras profundas, pese a que los golpes se vieron muy ligeros.

Mi Perfecta CasualidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora