capítulo 31

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El silencio ahora no resultaba tan amedrentador como dentro de la prisión lo hacía, puede que el hecho de ver descansando tan pacíficamente a su madre fuera la causa, sin embargo, eso no significaba que resultara agradable, no del todo al menos. Nuevos olores invadían el hospital con un apuro inconmensurable, y a juzgar por el olor a pescado, la colonia tan dulce y el de que por sí ya conocía bastante bien, se podía jugar uno de sus brazos a que eran sus amigos. Momo, Mineta y Todoroki iban llegando, subiendo las escaleras para no tener que sentir su ansiedad incrementar con la espera del ascensor, cabe aclarar que no era como si prefiriera no verlos, lo anhelaba, no confundamos las cosas, no obstante, al igual que con su madre, las palabras eran difíciles de encontrar, se escondían tan bien que buscarlas, era una prácticamente una pérdida de tiempo, como otras veces.

—¿Son amigos tuyos? —consulta Baki, al verlo inexpresivo, pero sintiendo su intranquilidad en el aire.

—Sí —solo se digna a decir.

En lo que se pone de pie, su padre sorbe los fideos de su sopa instantánea escandalosamente, pensando en cómo presentarse mientras dejaba que Midoriya les abriera la puerta justo cuando ellos estuvieran fuera para que se evitasen la molestia de tocar. Él pegó un suspiro, pensando en lo mentalmente agotador que fueron esos últimos días y cuán grandes eran sus ganas de llorar desde muchos meses atrás. Lo derruido que se encontraba era una melancólica obra de arte sobre la que Baki y otros pocos intentaban crear nuevos trazos, nuevos colores, nuevos significados.

—¿Alguna idea? —le dice al poner su mano en la manivela de la puerta, juntando las fuerzas necesarias para girarla.

—Lo dijiste, está bien. Todo va a estar bien —dijo Baki, tras otro bocado.

Escudriñando su brazo, y lo cambiado que se veía así mismo con tan solo contemplar una mera parte de su cuerpo, rememora en cómo fueron las cosas antes, cómo hubiera anhelado que continuaran y cómo deseaba que encontrase una manera de arreglarlas.

El momento llega, ellos están a tres simples pasos, y por consecuente mantiene el aliento. Gira la manivela tan rápido como puede para no tener que sentir el click, y levanta la mirada. Lo único que ve, es añoranza.

En otros lugares, el atisbo de la perdición de muchos desembocaba distintos sentimientos encontrados, era un clima variopinto dentro de ellos, de tormentas salvajes sobre campos verdes llenos de vida.

En un mini-market, cercano al tren que las chicas tomarían para llegar cada una a su casa, la lata de refresco que cae de la maquina expendedora busca ayudar a una de ellas.

—¿Creen que nos odie? —Mina es la primera en preguntárselo en voz alta.

Uraraka y Asui, no pueden mirarla a los ojos, ver esa magulladura las lastimaría de peor manera.

—Estaría en su derecho. Si me golpeara con esa piedad que tuvo con la maestra Nana, no me quejaría —corresponde Asui—. Aunque no es como si yo pudiera lograr hacerlo.

Uraraka abre el refresco, toma un largo sorbo y trata de buscar consuelo en los últimos recuerdos tras la fúnebre despedida del salón. No pudo encontrar mucho.

La revelación de su maestro, y el saber que Jirou había cometido un error garrafal, les quitó el solemne sentimiento de crecer como héroes, a cada uno de ellos. Ahora su culpa era increíble, abrumadora, y su miedo, todavía más.

La castaña pensó cuando le conoció e interactuó por primera vez con él. Sabía que su relación con Yaoyorozu era fuerte, tanto que por un momento creyó que ambos mantenían una relación romántica, al enterarse de que no, por el mismo peliverde que golpeo con rocas que duplicaban su tamaño, ella pudo ser más asertiva, y se acercó a él demostrándose tal como es. Agradable, cariñosa, atenta, una amiga perfecta. Él lo valoró, y se volvieron muy buenos amigos, junto con Lida, quien ella no tenía mucha idea de cómo llegó a formar parte. Esos meses en los que ella, el presidente e incluso Momo, formaron un pequeño escuadrón que se mantenía por lo menos una hora al día junto, hacía ver lo hipócrita que ella fue, tras formar parte de quienes lo machacaron. Era verdad que cuando llegó a su casa, se sintió abatida, incapaz de creer los hechos, en una sola ocasión, había dudado, pero era hipócrita; también le había pegado, le había hecho sangrar, no dudó un segundo en hacerlo porque vio que todos los demás, tampoco lo hacían. Se dejó influenciar por la multitud, y ahora, lo estaba pagando. Era lo mismo para la buena parte de las clases 1 A y B.

Mi Perfecta CasualidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora