CAPITULO 17

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JENNIE.

—¡Jennie... por favor, respira!—¡Rosé intentó calmarme—¡Jen, aguarda! ¡No puedes entrar!—me sostuvo procurando retenerme—cariño entiendo el dolor—su voz estaba tan quebrada... pero, no llegaba a mi nivel.

—Señorita, no puede pasar—me detuvo un policía firme.

Observé todo el suelo lleno de... sangre.

Para esta altura, comencé a ver borroso y el sonido externo empezó a hacerse inentendible.
Tenía todos los sentidos tapados, bloqueados.

Al punto de olvidar cómo respirar.

—Tenemos una persona fallecida—soltó otro con el estúpido aparato electrónico en mano; maldición, no recordaba ni el nombre de esa cosa—repito, hay una persona fallecida.

A lo lejos, se oyó el ruido de la ambulancia junto a unas patrullas.

—Por favor...—sollocé perdiendo la fuerza.

El pecho comenzó a estrujarme y las venas me estaban oprimiendo la circulación de la sangre a través de ellas.

Agonía.

—Jen, cariño—Rosie continuó intentando sostenerme pero no hubo caso.

Mis rodillas cayeron fuerte contra el suelo, generando que se estrellasen y sonasen por el ruido del impacto.

La piel se me abrió cortándose con los vidrios que estaban esparcidos por todo el salón y la cabeza se me bajó cubriéndome la mitad del rostro con mi cabello.

Y me tajé, hundiéndome en su sangre.

—Maldición Jennie. ¡Hey Jen, arriba!—sentí las manos de Jisoo intentando jalar de mi—¡maldita seas Jennie, vamos!—Kim estaba intentando poner la cabeza y pensar en frío para sacarme de allí.

—¡N-no puedo dejarla ahí tirada!—di mi último grito antes de colapsar.

Estaba... mareada.
Sentí ganas de vomitar y el cuerpo jamás había llegado a dolerme tanto.

En mi vida, nada, se asemejó con el desgarro que me descontroló al verla toda... ensangrentada.

—Saquen a la chica, no puede ingresar—pidió el mismo oficial.

Pero, cómo pude junté las pocas fuerzas que me quedaban y pasé igual.

Se trataba de ella.

Todo estaba corriendo en cámara lenta, y jamás antes me había costado tanto mover mi cuerpo. Como cuando estas dentro de un sueño y todo sucede con el playback speed a cero coma veinticinco.

—¡Señorita, no puede tocarla! ¡No puede...—dejé de oír a la mujer advirtiéndome.

Su piel estaba tan blanca.
Y sus ojos... abiertos mirando hacia un punto fijo.
Muerto.

Las mejillas se me humedecieron ahogando y empapando mis poros en agua dulce sin retención alguna.

Y ví cómo algo brilló sobre su mano, cosa que, cuando intenté enfocar la vista, me encontré con aquel estúpido collar que compré en París con la letra L colgando de la cadena.

"Lisa, tengo tantas ganas de quitarte las tuyas".

—Esto no está pasando...—balbuceé para mi misma.

—¡Jen!—se oyó un grito desde el fondo.

Su voz.

[...]

DOS SEMANAS ANTES.

—Fingir que te importa también.

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