Porque Sirius Black no merecía morir aquel 18 de junio de 1996.
Estaban alejados de todo el ruido de la ciudad, con el mar a unos pocos metros de ellos y con arena bajo fría sus pies.La pequeña niña de bucles azabaches y ojos grises brillantes movía la arena húmeda con sus pequeñas y regordetas manos en un intento de hacer un castillo de arena para impresionar a su padre, que aún seguía durmiendo profundamente a pesar de que ya eran las diez de la mañana y que el sol brillaba en lo alto, quemándoles ligeramente la piel llena de bloqueador solar.
La madre de la niña estaba sentada a su lado en una manta de color verde oscuro, leyendo un libro tontamente romántico y alzando su mirada hazel de vez en cuando para vigilar que su hija estuviera portándose bien. Un vestido veraniego y de color amarillo la envolvía, su cabello marrón estaba alzado en un rodete descuidado, dándole una apariencia despreocupada y relajada.
—¡Papi!— gritó la niña de repente haciendo que la mujer alce la mirada.
—Tus sandalias, Ariadne— le recordó a su hija viendo como se levantaba del suelo con cuidado de no tirar su castillo a medio construir.
Sabía que ella iría a correr para encontrarse con su padre si es que lo había visto y no quería que se lastimara sus pies con algunas de las piedras que estaban en el camino de la casa en el trayecto hacia el.
Vio a su hija sentarse apresurada en la arena para ponerse sus sandalias de color rosa, su mirada se dirigió hacia la casa. Su esposo caminaba lentamente por el pequeño camino hacia la playa con el enorme perro de color marrón que tanto lo quería a él siguiéndolo por detrás.
Pronto Ariadne se levantó del suelo y salió a correr hacia su progenitor, con su cabello sacudiendose por el viento. La mujer sonrió inconscientemente viendo como su esposo se detenía y se agachaba ligeramente con los brazos abiertos, a la espera de la niña. Su corazón latió con fuerza y se llenó de amor al ver a Ariadne saltar a los brazos de su padre con emoción y luego verlo a el levantarse y hacerla girar en sus brazos haciéndola reír a carcajadas.
Unos segundos después, el hombre empezó a caminar tranquilamente de nuevo hacia la playa con su hija en brazos bajo la mirada de su esposa. El perro, Algodón (el nombre lo había puesto Ariadne), fue quien llegó primero, buscando mimos de parte de su dueña y la mujer se los concedió con gusto, acariciando la suave cabellera del animal. Luego llegó el resto de su familia, su esposo tenía el cabello negro desordenado y unos lentes de sol cubrían sus ojos, vestía un short negro con una remera blanca mangas cortas y le sonreía radiante, la mujer pensó que se veía muy atractivo, más de lo que había sido en su juventud.
Su esposo dejó a Ariadne en el suelo al lado de su castillo a medio terminar y la niña rápidamente volvió a trabajar en el. Se sentó al lado de ella dejando un rápido beso en sus labios que la dejaron deseando por muchos más.
—No me despertaron.—se quejó Sirius.
—Estabas durmiendo, cariño.—dijo la castaña.—no quería molestarte.—
—Ustedes dos nunca son molestia.—le dijo el hombre. La bruja sonrió mientras Sirius se dedicaba a pasar sus ojos por todo el rostro de ella, admirando lo bonita que se veía bajo el sol—Luces más radiante de lo normal, mi dulce Michelle, muy contenta.—
La bruja rio levemente. Se sentía radiante, feliz y enamorada. Siempre se sentía así, pero aquel día lo sentía con mucha más intensidad, como si su corazón apenas pudiera soportar lo encantada que estaba.
—Pues me desperté muy feliz y decidí ponerme un poco de maquillaje.—se encogió de hombros.
—¿Alguna razón en especial?—el alzó sus cejas y se movió de su lugar, colocándose detrás de ella para recostarla contra su pecho, solo queriendo estar cerca de la mujer que amaba.
—Me desperté al lado de mi amado y hermoso esposo.—le dijo Michelle.—y luego nuestra preciosa hija fue a buscar flores al jardín para mi.—sonrió la bruja—luego Harry llamó para invitarnos a cenar en su casa.—
—Parece bastante normal.—dijo confundido el hombre.
—Exacto, es algo normal.—río su esposa.—Luego de todo lo que sufrimos, vivimos una vida tranquila llena de amor con una hija hermosa, tu ahijado es feliz con la mujer que amaba y ya está esperando a su primer hijo.—soltó un pequeño suspiro.—Estamos en paz, Sirius.—
Sirius guardó silencio unos segundos. Recordando todo lo que había sucedido en su vida, todo lo bueno y lo malo. Como su relación con su familia, turbulenta y violenta; en la muerte de sus mejores amigos y el hecho de ser encerrado en Azkaban por algo que jamás podría haber cometido, luego había tenido que escapar y esconderse en lugares horribles y solo comiendo ratas, a veces ni siquiera comiendo; en el retorno de Voldemort y en la pelea del Ministerio de donde casi no había salido vivo; pensó en la muerte de Dumbledore y en los horribles tiempos de guerra que vivió hasta el final de ella en la batalla de Hogwarts, donde había visto morir a amigos y a conocidos, una batalla antigua ya muy lejana pero que aún los perseguía en sueños.
Un lindo sentimiento lo llenó al recordar lo bueno de su vida, pensó en lo agradecido que estaba por quienes habían sido sus amigos; recordó al hijo de su mejor amigo —no, de su hermano—, Harry, quien no había tenido a nadie en su vida y ahora tenía una propia y enorme familia, con quien tenía una estrecha relación; recordó a Remus, el único de sus mejores amigos que le quedaba, y en Tonks, su esposa, quienes siempre venían a comer todos los jueves; también en Teddy, su ahijado, que adoraba escuchar historias de su tío Sirius; sonrió inconscientemente al pensar en a mujer que tenía entre brazos, a quien había conocido en Hogwarts y de quien se había enamorada como un idiota, una bruja que lo había esperado todo el tiempo posible y quien le había dado una preciosa hija.
Sirius era feliz. Después una turbulenta vida, era feliz y estaba en paz, no tenía a todos sus seres queridos alrededor pero estaba tremendamente agradecido con los que tenía, vivia bien y pleno.
—Somos felices.—dijo Sirius, sintiendo lo mismo que sentía Michelle en esos instantes, felicidad, incredulidad y ganas de llorar. Besó el cabello de su esposa y ella alzó su mirada encontrándose con la de el, sonriéndole.—Te amo, Elle.—
—Yo también, cariño.—murmuró Michelle estirándose para darle un suave beso.
—¡Papi, mira mi castillo!— gritó Ariadne, interrumpiendo sin querer el dulce momento de sus padres.
Ambos se separaron para mirar a su hija de seis años y sonrieron al verla tan feliz por su creación de arena. El castillo no era nada parecido a uno de verdad, y parecía que en cualquier momento se caería, pero su esposo abrió su boca sorprendido y se levantó con cuidado de no lastimar a Michelle.
—¡Es precioso, Ari!— exclamó el ojigris acercándose a su hija y alzándola rápidamente, sacando un grito alegre de ella.—¡Mira ese talento que tienes!—