La depresión había acogido a Alaia en los últimos meses.
La segundo Guerra Mágica había terminando hace ya un buen tiempo y el bando de Harry Potter salió triunfante de aquella masacre mágica pero se había llevado la vida de miles de asombrosos magos y maravillosas brujas.
Entre ellos estaban su amada madre -Adrianne Connor-, eso le había dolido en lo más profundo de su maltratado corazón. Su madre había sido su mejor amiga desde pequeña, su pilar y su consejera, no tenía a otro pariente vivo, su padre había muerto cuando ella tenía apenas dos meses de vida en un accidente automovilístico en el mundo muggle. También había tomado la vida de su tío y profesor preferido -Remus Lupin- y de su esposa -Nimphadora Tonks-, sintió tanta tristeza al pensar en el pequeño Teddy Lupin, de unos meses de vida, huérfano. Perdió a su mejor amiga, a su hermana de otra madre, Anne Francis, una excelente bruja que había sido su amiga desde el primer año en Hogwarts hasta su último aliento.
Pero de todas las muertes que la segunda guerra mágica acarreó la que más le había dolido era la de su amado prometido.
Fred Weasley siempre la amó como si fuera lo mejor que le hubiera pasado. Siempre la había apoyado y solía hacerla reír en todo momento. Ambos estaban enamorados perdidamente el uno del otro y luego de cinco años de relación el pelirrojo le había propuesto matrimonio. Pero el destino era cruel. Fred murió luchando en contra de los mortifagos, murió como un héroe, dejando a su prometida en un hoyo de tristeza.
Alaia había perdido a tantas personas en esa guerra y sentía que no tenía a nadie, no tenía por quien vivir. Pero tres meses después de aquella guerra mágica se enteró que aún tenía esperanza en aquel mundo. Que alguien la necesitaba. Alaia Connor se entero que estaba embarazada de tres meses y medio en una soleada tarde cuando por fin decidió visitar San Mungos, se había sentido débil y había estado vomitando por mucho tiempo, el sanador con una sonrisa la había felicitado por su embarazo. Alaia recordaba haber llorado toda la tarde. Estaba embarazada y el padre de ese bebé estaba muerto.
Pero ese bebé era una luz en medio de toda la oscuridad que la asechaba y ahora, cinco meses y medio después el fruto del amor que se tenían Alaia y Fred nació, una pequeña y sana niña.
George fue el primero en conocer a la hija de su difunto hermano. No pudo evitar sonreír levemente al ver a Alaia lagrimeando mientras miraba a la pequeña bebé pelirroja que mamaba de su pecho. Alaia le dirigió una pequeña sonrisa y George se permitió soltar las lágrimas que estaba reteniendo.
—Fred habría estado tan contento— Eso fue lo primero que dijo George en medio de sus lágrimas cuando se sentó a su lado.
Lágrimas silenciosas bajaron por las mejillas de Alaia cuando tomó la mano del mago y la apretó con fuerza. Ella no era la única que había perdido gente en la guerra. Su cuñado había perdido a su hermano gemelo, su mejor amigo, su otra mitad, y sufría igual o más que ella debido a eso.
El pequeño bebé se removió entre sus brazos, ajena a lo mucho que sufrían las personas a su alrededor. Parecía tan pacifica entre sus brazos.
Molly, Arthur y Ginny entraron minutos después cuando George tenía a la pequeña entre sus brazos. El sollozo de Molly inundó la habitación, parecía que estaba viendo a Fred con su pequeña hija en brazos, con su prometida al lado. Pero sólo era George.
—¿Cómo la llamaras, querida?— Dijo Molly dulcemente.
Miraba a la niña con adoración mientras Alaia hacía todo lo posible para no largarse a llorar de nuevo. Deseaba con toda su alma que Fred este allí, con la niña en brazos y rodeado de su familia.
—Qu-quiero llamarla Phoenix— Se limpió las lágrimas y miró a su pequeña en los brazos de George. —A Fred siempre le gustó ese nombre—
—Es un bonito nombre, Alaia— Dijo Arthur Weasley.
Alaia sabía que todos extrañaban a Fred inmensamente. Pero ella estaba tan asustada, tenía una bebé y su padre no estaba con ellas, no tenía a nadie más. Sus padres estaban muertos, su mejor amiga estaba muerta, su otra mejor amiga vivía en Estados Unidos y no tenía parientes. Aunque sabía que contaba con el apoyo de la familia de Fred, ella estaba preocupada. ¿Cómo cuidaría sola a un bebé? Ese bebé necesitaba un padre o al menos una madre que no se largue a llorar de la nada. George le pasó Phoenix cuándo empezó a lloriquear, Alaia sintió las lágrimas acumularse de nuevo detrás de sus párpados cuando tomó a su pequeña.
—Te ayudaremos en todo lo posible, mi niña— Dijo la señora Weasley acariciando su brazo con cariño. Alaia le regaló una sonrisa.
—Siempre fuiste como de la familia y ahora realmente lo eres— Ginny Weasley la miraba con cariño y pena.
—Gracias— Dijo Alaia hacia los pelirrojos.
—S-si lo deseas, puedes vivir con nosotros todo el tiempo que necesites— Dijo el señor Weasley, Molly asintió emocionada a su lado.
La nueva madre lo miró indecisa. Era una maravillosa idea, ella necesitaba toda la ayuda posible pero no quería ser una carga para esa rota familia.
—No quiero molestar, Arthur— Dijo tímida. —Pero muchas gracias, es un lindo gesto—
—¡Por las barbas de Merlin, Alaia!— Dijo negando con la cabeza Molly, George río levemente por su reacción. —No eres para nada una molestia, nos encantaría tenerte a ti y a la pequeña Phoenix en la Madriguera, por lo menos hasta que ella sea un poco más grande y más fácil de tratar—
—A mi me encantaría vivir allí— Sonrió a su niña. —Y sé que a Phoenix le encantará la Madriguera—
—Entonces ya está— Dijo Ginny. —Ya quiero ver a esta cosita linda todos los días—
Alaia río, como le gustaría que Fred este con ella, a su lado mirando a su hija con amor y diciéndole lo mucho que la amaba y lo orgulloso que se sentía de ella. Pero estaba bien, tenía a la familia Weasley y eso era más de lo que podía pedir.