II

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Despierto de golpe con la respiración agitada y mi cuerpo bañado en una capa de sudor

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Despierto de golpe con la respiración agitada y mi cuerpo bañado en una capa de sudor. En mi mente ronda nuevamente la figura de un chico ahorcado en un baño, colgado de una soga vieja y sucia, pero no logro ver el rostro de la persona.

Me levanto un poco asustada y salgo de manera silenciosa al pasillo para dirigirme al baño de la casa, el cual se encuentra en el primer piso.

Me paso una toalla pequeña por el cuerpo y la lanzo al cesto de ropa sucia. Darme un baño a esta hora significaría despertar a mi madre, junto a una ronda de explicaciones sobre mis pesadillas, por lo que prefiero esperar unas horas y ducharme para ir al colegio.

Me cambio el pijama y miro la hora, las 4:38 am. Intento acurrucarme en la cama para conciliar el sueño, pero no, no puedo, algo me lo impide, lo que significa que mañana estaré muriendo de sueño en el colegio.

༺✞︎༻

—¿Mala noche? —me pregunta Lucas y asiento.

—No dormí muy bien —suelto un bostezo.

—Traje mi termo con café —sonríe —¿Quieres tomar un poco antes de que inicie la clase? —asiento.

—¿Me das a mí? —pregunta Javier.

—Tú tienes tu café —le responde mi mejor amigo.

Lucas me extiende el pequeño vasito del termo con un café bastante cargado y dulce, de seguro esto me ayudará a despertar un poco y mantenerme cuerda al menos para la primera hora de clases. Cuando voy por la mitad, Lu aparece, pero el día de hoy va con una media coleta y la radiante sonrisa que tiene siempre.

—¡Pero qué rostro! —me da un beso en la mejilla —Hola guapo —le da un beso a Lucas —Hola tú —le arrebata un trozo de chocolate a Javier.

La campana suena y antes de que Juan, el profesor de matemáticas entre, aparece Azrael y mueve su cabeza en forma de saludo. Juan cierra la puerta y antes de poner avanzar a su lugar, golpean y aparece Samael.

—No tolero las irresponsabilidades —dice Juan —Así que espero que esta sea la primera y última vez que llega tarde.

—Lo siento —murmura el pelinegro y avanza directo a su lugar con la cabeza agachada.

—Saquen sus cuadernos y comiencen a anotar lo que dejaré en la pizarra, ya que no quiero perder tiempo.

Pongo los ojos en blanco y me giro para sacar el cuaderno de mi mochila colgada en el respaldo. No entiendo la manía de este hombre de hacernos trabajar como máquinas. Cierro la mochila y levanto la mirada, encontrándome con la de Samael, quien me guiña un ojo.

El collar de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora