VI

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Guardo el termo vacío en mi mochila y me pongo mis guantes, para luego salir del salón

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Guardo el termo vacío en mi mochila y me pongo mis guantes, para luego salir del salón. Hoy amaneció bastante frío, y solo acaba de comenzar el otoño, no quiero ni imaginar cómo serán los días cuando esté más cerca el invierno.

—Abigaíl —me giro para mirar quién me habla.

—Benjamín.

—¿Podemos hablar? —asiento —yo solo quería agradecerte por lo del otro día —aparta la mirada por unos segundos —Yo sé que no somos amigos, ni nada por el estilo, pero fue lindo que intentaras apoyarme ese día —me dedica una sonrisa de medio lado, aunque es una sonrisa que denota tristeza.

—No hay de qué —le sonrío —a pesar de todas las diferencias, dentro de este pueblo somos como una enorme familia.

—De verdad, gracias —repite y luego se acerca para darme un abrazo, el cual no veía venir, pero aun así acepté. —Ahora me tengo que ir —dice al separarse de mí —Si algún día necesitas un favor en el que te pueda ayudar, no dudes en pedirlo.

—Gracias.

Me da una última sonrisa torcida y camina en dirección a su salón. Ojalá esto sirva para dejar las tontas rivalidades entre los dos grupos, porque como dije, después de todo somos una gran familia.

Lucas debe estar besuqueándose con Lu en algún lugar del colegio, Javier fue a la biblioteca a jugar a las cartas, lo que me deja completamente sola. Quizás me sirva para dar un paseo y despejar mi mente, luego del agitado fin de semana.

Camino en dirección a la parte más solitaria del colegio, porque con el bullicio de los pasillos no siento que esté despejando mi mente. A pesar de que este lugar se ve un poco tenebroso, me gusta, ya que me causa una especie de misterio que debe ser resuelto, pero eso es solo parte de mi imaginación, debido a que en este pueblo lo más sobrenatural que pasa es que la luz del sol se ve 10 veces dentro del año.

Una especie de golpe me saca de mi burbuja de un saltito. Estoy comenzando a creer que fue una mala idea haber venido hasta este lugar sin compañía, quizás sueno paranoica, pero después de haberme sentido observada hace unos días atrás, cualquier cosa me causa un poco de miedo.

—No lo niegues —logro reconocer la voz de Samael —sabes que estoy en lo cierto, Azrael.

¿Azrael?

Me acerco al lugar donde escuche la voz de Samael, y compruebo que está frente a Azrael con una especie de sonrisa malévola.

—¿No dirás nada, angelito? —pregunta Samael.

—¿Todo bien? —llamo la atención de ambos sujetos.

—Abigaíl —Samael me da una amplia sonrisa —Pensé que no pasabas mucho por estos lugares.

—Necesitaba pensar —me encojo de hombros —¿Pasa algo entre ustedes? —miro a Samael y luego a Azrael, aunque el segundo aparta la mirada.

—¿Qué te hace pensar eso? —Samael se acerca y se pone frente a mí.

El collar de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora