Capítulo 41

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- Que entren.

El caballero asintió, y como la vez anterior, las personas empezaron a ingresar, aunque la deferencia se trataba en que variaba entre mujeres, hombres y niños; la última en aparecer por la puerta era la vizcondesa Lenner.

Sus pasos eran más lentos y temblorosos que los demás, la sangre seca se esparcía entre su ropa y las partes visibles de su piel. Los pies tenían ampollas y estaban llenos de suciedad. En tan poco tiempo la vivacidad y belleza de la que solía presumir le fue arrebatada, casi parecía que había estado encerrada por años, cuando solo habían sido unos días. El brillo en su cabello había desaparecido dejándolo opaco y reseco, además de que se veía grasoso; la falta de maquillaje le impidió cubrir una marca de nacimiento rojiza en la mejilla derecha, una imperfección que jamás había visto otra persona más que sus padres y la matrona que la vió nacer. Los ojos llenos de ojeras le daban un aspecto un tanto tétrico, al parecer no había dormido bien, tal vez por el arrepentimiento o la incomodidad al acostarse en un suelo lleno de alimañas, lo que fuera, la había agotado hasta lo más profundo.

Desde lejos sus padres la observaban, aún no podían creer que su pequeña estuviera en esa situación, ellos siempre la cuidaron y la criaron rodeada de amor, no entendían como la joven que siempre les sonreía con amabilidad se hubiese convertido en una maltratadora de niños. Así no era su hija, ella jamás había hecho cosas tan crueles, y aunque querían abogar por Anette, era imposible después de la orden del emperador, también tenían otros hijos que cuidar, no podían arriesgar su pellejo, los hermanos de la vizcondesa aún eran demasiado pequeños como para valerse por sí mismos.

No podían ayudar a su hija de ningún modo, estaban atados de manos, en el momento en que pidieran su bienestar, todo les sería arrancado, quien sabe si Kay se atrevería a matar al resto de su descendencia. Con lo enojado que estaba por estos asuntos, es posible que si se atrevería a hacerlo.

Los cómplices de aquellos que ya habían perecido, fueron juzgados de varias maneras dependiendo de la cantidad de cosas que sabían y lo mucho o poco que estuviesen involucrados. Algunos fueron enviados al exilio junto con lo que quedara de familia, otros tuvieron como sentencia varios años de cárcel, y los restantes, al igual que los líderes fallecidos, tenían que pasar por el mismo destino.

Y después de varias horas, llegó el turno de la mujer por la que empezó todo.

- Anette Lenner, levanta la cabeza para recibir tu sentencia - dijó Kay autoritario.

La mencionada hizo lo que se le pidió y observó al hombre que tenía la decisión de su vida sobre sus manos.

- ¿Tienes algo que decir antes de ser condenada?

La mujer casi sonrió de lado, no había forma de salir de esa, había acabado justo como imagino, solo que fue demasiado pronto.

- Me gustaría hacer una última petición.

- ¿Y es?

- Ver a la princesa Fiama.

El entrecejo del emperador se frunció al escuchar esto, no había manera de que cumpliera algo así, esa mujer no tenía nada que decirle a su hija.

- No es posible, la princesa esta ocupada, si eso es todo. Yo-...

- Según supe... - a la mujer le dió igual interrumpir al pelinegro, de todas maneras estaba muerta - Fue nuestra joven princesa la que impulsó este movimiento para acabar con nosotros los criminales. Lo correcto sería que ella estuviera aquí.

Anette había sido demasiado ingenua, pero no era tonta, los rumores se habían esparcido inclusive hasta la prisión, los guardias hablaban de como planteó la idea de acabar con los traidores del imperio. La mayoría de los nobles ya debería de haberse dado cuenta de lo que el emperador buscaba, incrementar el estatus de la princesa.

El destino de una princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora