Fiama estaba más sorprendida que cualquiera. No imaginó que un atentado sucedería tan de repente, aunque tampoco tenía sentido que cuestionara el hecho, después de todo, aquello que siempre llega de forma repentina es la muerte y más cuando alguien quiere asesinarte. Por supuesto que la pelirroja entendió que el atentado no iba más que contra ella, era prácticamente la única a quien el pueblo maldecía de todas las maneras habidas y por haber. Sabía que de seguro habrían unos cuantos radicales entre toda esa gente, pero que uno lo suficientemente valiente o tonto haya decidido intentar matarla cuando se enfrentaba a un castigo terrible por tal acción, entonces eso solo significaba que la línea entre una posible rebelión y la calma del pueblo estaba cada vez más cerca de ser borrada.
Nunca imaginó que su existencia causaría tantos problemas, nunca pensó que la gente podía llegar a ser tan cruel con una niña, siempre supo que el ser humano podía llegar a hacer cosas horribles cuando más acorralado se sentía, aun así, en su cabeza no llegaba a una completa comprensión de porque actuaban así con ella. Era demasiado peso para aguantar, de hecho no quería seguir cargando con eso. Un resentimiento más que justificado comenzaba a crecer en su pecho. Todos esos que la odiaban no tenían derecho a decir si ella merecía o no vivir, nadie más que Fiama tenía derecho a decidir sobre ella. Odiaba ese pensamiento colectivo entre los ciudadanos y eso solo la hacía sentirse más impotente.
Por un momento pensó que tal vez lo mejor hubiera sido que cortaran el conducto de su magia cuando era más joven. En ese momento había rechazado por completo la idea porque su mejor manera de defenderse era su poder, pero ahora, no pudo evitar que la idea cruzará por su cabeza. Era quizá la mejor manera de calmar al pueblo para que la dejaran en paz. Sin magia, ya nadie podría decir que era un peligro.
Sacudió la cabeza con fuerza, era demasiado tonto pensar así. Ella no tenía porque deshacerse de aquello que le hacía sentir tranquila y protegida. Deen era uno de sus mejores aliados y pensar de esa manera era demasiado patético. Huir del problema no lo solucionaba, y ahora que muchos esperaban que ella muriera, él era su mayor apoyo.
Cuando se supiera del intento de asesinato, muchos iban a entender las represalias del emperador. Otros, en cambio, lo tomarían como un desafío. Si uno pudo cruzar las paredes para entrar a palacio, entonces otros también podrían hacerlo. No quería ni pensarlo. Se suponía que había hecho de todo para evitar que su vida estuviera en peligro. Había cambiado la vida de muchas personas para poder disfrutar de su existencia y ahora la querían muerta cuando sólo era una niña. ¿Qué clase de estupidez era esa? Había luchado para poder sobrevivir y querían deshacerse de ella por prejuicios estúpidos. Fiama era una gran bruja. El descontrol en la noche del Onyue no estaba a discusión porque ni siquiera era su culpa. Era normal que su magia reaccionará ante la magia negra, además, el hechizo de aumento incrustado en esos restos fue lo que causó su descontrol, la reacción se volvió más fuerte y peligrosa debido al peligro que representaban esos restos de magia negra. Y su cuerpo siempre iba a recordar el dolor de ser atrapado y herido por ese poder, estaba entre lo peor que pudo vivir, no quería volver a pasar por algo así nunca más.
No podía perdonar a quien fuera el causante de todo eso. No entendía su necesidad por destruir su vida.
Pensó en Lina cuando reconoció esos restos, aquella masa debió ser de ella, y siendo que la magia fue tan poderosa aún siendo restos tan pequeños, entendía como es que había pasado desapercibida bajo los ojos del emperador. Pero no podía estar segura y tampoco podía confirmar al 100% que aquello había sido un plan de reserva de la fallecida mujer, no solo eso, también le parecía extraño que ese suceso haya pasado años después de la muerte de Lina. Una motivación fuerte más un poderoso hechizo podía ser más peligroso de lo que se pensaba.
- ¿Esta bien, querida ama? - preguntó Valdo dejándose caer en su regazo y mirándola con preocupación.
Fiama sonrió, aunque era una sonrisa triste, no podía mostrarse optimista con todo lo sucedido y ocultar como se sentía no servía de nada - No lo estoy - respondió sincera - Hoy intentaron matarme... así que no estoy bien - aún con sus palabras no había reproche o algo parecido en su voz, solo había decepción.
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El destino de una princesa
FantasiaEleonor vivía una vida común hasta que un accidente de tránsito cambiaría todo. Cuando despierta ya nada es lo mismo, ella ha reencarnado como una princesa del libro que leyó minutos antes de morir. Está destinada a ser asesinada, pero se prometió a...