- Oh, mi señora, se lo agradezco tanto - la pequeña diosa se había arrodillado delante de ella - Siento haber sido tan inútil, dejé que un humano afectara el balance del mundo.
Ignis también se arrodilló y puso su mano sobre la mejilla de la deidad; una diosa con una apariencia suave, en términos de apariencia humana era como una jovencita de 15 años. Tenía el cabello por encima de los hombros con unos hermosos rizos rubios, la piel oscura contrastaba con las manchas circulares en los brazos. Y sus ropas envolvían con cuidado el cuerpo delgado. Fácilmente sería confundida con una humana, aunque su aura suave y la energía proveniente de ella era muy diferente.
- No tienes nada que agradecer - murmuró con delicadeza, se contentaba de haber podido traer a la mayoría de los que habían perecido recientemente por razones egoístas - Estaba más preocupada por como te pudieras sentir, después de lo que sucedió...
La joven deidad se encogió un poco en su sitio al escuchar las palabras de quien la había salvado, un leve temblor se apoderó de su cuerpo y los recuerdos que se agolparon hicieron caer unas cuantas lágrimas.
- Yo... jamás he sido mala con los humanos - susurró con voz quebrada - Siempre he estado dispuesta a ayudarles... entonces... ¿porqué... porqué me atacaron?
Ignis suspiró al oírla, era injusto que tuviese que pasar por algo así, nadie debía de vivir aquel horror, conocía el porque, pero eso no significaba que lo entendiera o más bien, no quería ni entenderlo.
- ¿Acaso no he sido una buena diosa, mi señora?
Aquella pregunta hizo despertar su seriedad, su mirada se volvió profunda y un tanto rígida.
- No le debes nada a los humanos, pequeña - su voz era suave, pero clara y firme - Ellos han pedido por ti, por tu protección, no tienes que dudar de quien eres y de lo puedes hacer por aquellos que no han sabido apreciarte - no estaba molesta, al menos no con aquella dulce deidad - Tu eres una diosa, y no tengo dudas de que has sido maravillosa.
Sus sentimientos no tardaron en aflorar y por fin dejaron salir las lágrimas, su corazón dolía muchísimo, casi tanto como aquel día en que la asesinaron, fácilmente podía decir que era el peor momento de su vida, no lo iba a olvidar, la acompañaría a cada instante. Recordaría las alarmas en su cabeza cuando vio llegar a los humanos, las risas burlonas, sus propios gritos aterrorizados, las emociones deshechas.... todo, todo eso sería parte de su memoria, pero al menos, estaba contenta de saber que justamente sus atacantes ya no estaban y habían recibido el castigo más justo.
- Lo siento mi señora, mi comentario ha sido muy tonto - hablaba un tanto avergonzada, limpió los rastros de lágrimas y sonrió sintiéndose un poco mejor.
- No te preocupes por eso, lo que sientes no es algo tonto.
La diosa la abrazó al oírla, aquella mujer era mucho mayor y contaba con un poder impresionante, y estaba allí, a su lado, dándole un poco de su tiempo; no creyó que la fuese a conocer algún día, tanto Ignis como Liel estaban siempre ocupados lidiando con diferentes asuntos, pero ella estaba allí, no solo se había tomado la molestia de revivirla a pesar de su enorme fallo, sino que buscaba la manera de animarla. Ignis no se negó a recibir tal gesto, aunque era algo extraño hacerlo pues por lo general era algo que hacían los humanos, sin embargo, le agradó. La calidez de la diosa mayor le fue transmitida y pronto su mente y corazón encontraron la calma.
- Debo retirarme, pero puedes pedir por mi presencia siempre que lo necesites - le dijó antes de partir, aún quedaban unos cuantos dioses que traer a la vida, debía terminar con ello rápido para ir a advertir a los humanos las consecuencias de sus acciones.
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El destino de una princesa
FantasíaEleonor vivía una vida común hasta que un accidente de tránsito cambiaría todo. Cuando despierta ya nada es lo mismo, ella ha reencarnado como una princesa del libro que leyó minutos antes de morir. Está destinada a ser asesinada, pero se prometió a...