// Al dejar caer la hoja del cuchillo, solo esperó que todo fuese rápido, de seguro dolería y mucho, pero sabía que estaba haciendo estaba bien; era su virilidad o la vida de niños inocentes. Sin embargo, ocurrió algo que no esperaba, y que sin duda, cambió cualquiera de sus planes.
Alguien lo detuvo. Ion, mantenía una pose extraña con las manos extendidas mientras intentaba controlar el metal del cuchillo, evitando de cayera hacia el objetivo planteado. Su expresión era de terror puro e incredulidad.
- ¡Su santidad! ¡¿Qué cree que esta haciendo?! - gritó colérico; lo que menos esperaba ver al entrar a la habitación de su señor, era verlo intentando mutilar una parte de su cuerpo, si hubiese llegado un solo segundo más tarde, habría encontrado una escena aún más horrible. Usó gran parte de su energía para hacer volar el cuchillo en su dirección y alejarlo del sacerdote de mayor rango.
El hombre no contestó, más bien se mantuvo en silencio con su mirada en el cuchillo que había terminado en la mano de Ion. Casi perdido, con un anhelo que disminuía de apoco, y la extraña valentía que lo consumió en algún momento, ahora solo era reemplazada por la cobardía.
- ¿Por qué me detuviste? - cuestionó molesto y dolido, ese fue era el mejor momento para detener a la bestia que ya casi era imposible de retener en su interior; ahora no sabía si podría volver a tener la fuerza de voluntad para hacer aquello. Llevó su vista hacía el joven que aún parecía confundido. Eso lo enojó, él no debía estar ahí, no debía detenerlo, ese no era su problema - ¿Por qué no tocaste la puerta y esperaste mi orden para entrar? - agregó más preguntas que de seguro le serían más fáciles de responder. Con rápidos movimientos se cubrió la parte baja de su cuerpo, no tenía mucho sentido discutir si estaba tan al descubierto.
El joven apenas se movió, con algo de incomodidad. Lo cierto es que haber entrado de esa manera a la habitación del arzobispo sin su autorización, era una gran falta de respeto, más después de lo que acababa de ver y evitar, creyó que había tomado la decisión correcta.
- Lo hice - respondió recordando que estuvo tocando la puerta un rato y nadie respondió, de hecho eso lo preocupo mucho, y luego la paranoia lo invadió pues una gran eminencia como su señor era un blanco importante para asesinos. Siguió su instinto, que le indicó que algo no estaba bien, y aunque no encontró un asesino, si se llevó una sorpresa, y eso también lo explicó, para luego decir - Estaba preocupado por usted, su santidad.
- ¿Preocupado? - preguntó esta vez con una burla innecesaria, pero que necesitaba sacar de su garganta - No, si estuvieras preocupado por mi... - se señaló el pecho con algo de furia contenida - ... no me habrías detenido.
- Su santidad... - era incomprensible, no lograba entender porque el sacerdote mayor estaba actuando de esa manera. Por un instante creyó que la botella de vino era la causante y no se equivocaba, al menos no del todo, sabía que hacer algo así no era una decisión fácil de tomar; respiró hondo, tratando de pensar en que hacer - ¿Cómo puedo ayudarlo?
El arzobispo Breg no dudó en darle la espalda, le pareció que una lágrima resbalaba por su rostro. Caminó en dirección al balcón y se aferró a la baranda con toda la fuerza que su cuerpo le permitía.
- No puedes ayudarme - la culpabilidad llenaba cada espacio de su ser, y a la vez, resurgían esos pensamientos que le indicaban lo bien que se iba a sentir si caía ante sus deseos - ... Soy un monstruo, nadie puede ayudarme... ni siquiera yo mismo.
A Ion le pareció que su respiración se alentaba, jamás había escuchado la voz de su señor de ese modo y no podía evitar sentirse ansioso al oírlo.
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El destino de una princesa
FantastikEleonor vivía una vida común hasta que un accidente de tránsito cambiaría todo. Cuando despierta ya nada es lo mismo, ella ha reencarnado como una princesa del libro que leyó minutos antes de morir. Está destinada a ser asesinada, pero se prometió a...