Puertas de entrada

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Agosto, 2018

-Mimita, ¿duermes conmigo hoy, verdad? -preguntó con voz de cachorrillo a una Mimi que estaba al borde de quedarse dormida sobre las rodillas de la gallega.

Y es que, en el último año la relación de las dos rubias solo había mejorado, podría decirse que no se separaban. Miriam no estaba pasando por su mejor momento, todo aquello de lo que quiso huir nada más salir de la academia, se precipitaba sobre ella, y por si fuera poco, acababa de dejar la relación con su novio. Llevaba meses sin subir a casa, ella que siempre encontraba el hueco para escaparse unos días a su tierra; le costaba componer, y se había autoaislado para no cargar a los demás con sus comederos de cabeza., alejada de sus amigos de Madrid, sin su gente, sin su público. La gallega, como el resto de sus compañeros, se encontraba en el limbo, la discográfica aún no les había adelantado qué planes tenían para ella, o si es que tenían alguno. Nada estaba claro, y menos ella, que cada vez que se miraba en el espejo huía de su reflejo, había vuelto a la ansiedad de los últimos meses en la academia, a las noches en vela llorando, alejada de su estudio, había llegado al punto de bloquearse incluso para hacer música, ella que siempre encontraba el momento. Y de Pablo, mejor no recordar nada, cada vez que pasaba por su mente lo apartaba, y es que aunque ya hubiera pasado tiempo, le dolía que las cosas no hubieran salido bien, le dolía que todo lo bueno que habían vivido juntos quedara en un segundo plano por un momento de enfado en el que todo se echa en cara. Le dolía volver a casa y no poder volver a él, a esa parte de su refugio. Pero no todo había sido malo, porque su refugio había cambiado de sitio, e incluso diría que había ido a mejor porque Mimi no era una pequeña parte de su refugio, no era el sitio al que iba cuando todo estaba mal. Mimi era mucho más que eso, Mimi llegaba por sí sola, iba hacia ella aunque no pidiera ayuda, ella siempre estaba. Mimi era su refugio entero.

-Bueeeeeno, -le respondió la mayor levantando su cabeza de las piernas de una Miriam que no dejaba de bostezar - ¿vamos a la cama?

-Por favor.

No hacía falta preguntar a qué cama, cuando Mimi dormía con la gallega, dormían juntas. Ambas se dirigieron abrazadas al cuarto de la gallega. Sin preguntar, Miriam tendió una de sus camisetas a Mimi que ya estaba en sujetador.

-Uhmm -inspiró Mimi -huele a ti.

-Claro, chica, a quién va a oler si no.

Mimi ya con su camiseta puesta, se sentó a los pies de la cama para esperar a la gallega. Con calma, Miriam se deshizo de su pantalón corto, llegó el turno de la camiseta y los ojos de la granadina se dilataron ante la panorámica del cuerpo de Miriam de frente en ropa interior. A la granadina le entró calor, calor y nervios. ¿Cómo iba a ella a dormir ahora como si nada con tremenda mujer abrazada? Daba igual los días que se repitiera aquello, para Mimi siempre era un espectáculo ver a su gallega, y aunque en un primer momento Mimi juraba que Miriam solo le ponía porque era un cañón de tía, había terminado por asumir la realidad. Su amiga le gustaba, y no poco, le gustaba su cuerpo, su cara, su pelo. Pero más le gustaba ella, le gustaba su forma de abrazarla y protegerla de quien se pusiera por delante, le gustaba su fuerza y su fragilidad, le gustaba que la mirara como si fuera especial, ojalá la mirara de la misma forma que ella lo hacía. Ojalá Miriam la viera como algo más. Y cuando se ponía chulita... Cuando se ponía chula Mimi se perdía por completo, se volvía loca, y le entraba calor, como el que se respiraba ahora en el cuarto de la gallega.

-Mimi -la llamó una Miriam que no era capaz de quitarse el sujetador -Mimita, ¿estás ahí? -nada, que la granadina se había quedado totalmente hipnotizada. La gallega se giró a mirar si su amiga aún estaba ahí. -¡Mimiiii!

De cuerpo presente estaba, pero su mente estaba en esa curva, maldita gallega.

-¿Qué? -levantó la cabeza la susodicha intentando que sus ojos no bajaran al pecho de su rubia.

KILLA / Miriam²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora