Gris oscuro, negro asfalto I

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2023

Haberse roto de la forma que lo había hecho no iba para nada a favor de su plan mental de superar de una vez por todas todo lo relacionado con Miriam. Era lo único claro que Mimi había sacado aquella noche de su paso por casa de la gallega. Eso y que, al parecer, estaba arrepentida de verdad, al parecer porque la granadina ya había llegado a un punto en que no se creía una sola palabra que viniera de aquella maldita gallega de ojos color miel, maldijo el día en que se quedó a dormir con ella y se besaron por primera vez. Habían vivido tantas cosas desde entonces, tantas que la vida no se le antojaba la misma, que ella ya no era la misma. Y a pesar de todo lo bueno, que tenía que reconocer había sido casi todo, no le gustaba nada la persona en la que se había convertido. Habían pasado ya 8 días y no habían vuelto a hablar.

-Pues yo creo que te hizo mucho bien, tía, aunque no hayáis terminado del todo bien -le respondió Mónica cuando terminó de actualizarle la situación. -No sé, tuvisteis una relación muy bonita y sana.

-Sí bueno... no sé qué tuvieron de sano los inicios, la verdad -se recostó sobre la silla.

-Tía, mal empieza lo que bien acaba.

-¿Qué? -preguntó rompiendo en una carcajada.

-¿No era así?

-Para nada, mal empieza lo que mal acaba -la corrigió cabeceando en señal de obviedad por la congruencia con lo que había terminado pasando.

-Eso está to mal, como tú dices -la imitó su amiga. -Esto tiene que terminar bien.

-Si yo no digo que no, mientras se acabe del todo -resolvió haciendo refunfuñar a la catalana que ya no sabía que hacer con aquella gruñona que tenía ahora como amiga.

Pasaron el resto del día ensayando para el próximo concierto y ninguna de las bailarinas sacó el tema, aunque sabían por Mónica que debían ser pacientes con la granadina aquellos días. Cuatro horas y veinte minutos después, Mimi emprendía el camino a casa, esta vez andando para relajarse del duro entrenamiento. En contra de lo que hacía la mayoría de la gente cuando se exprimían en el gimnasio, ella se negaba a coger un taxi, otra rareza en común con Miriam, puede que se le hubiera pegado de ella siendo sincera. No contaba con que lloviera, eso sí.

Su cabeza quería ir más rápido para no llegar perdida a casa, pero sus pies caminaban por inercia a un ritmo cadenciosamente lento, se le iba a hacer eterna la vuelta al piso. El corazón comenzó a martillear en su pecho en el momento en que alcanzó a ver un coche oscuro pararse unos metros por delante de ella. No tendría nada de especial, si no se hubiera percatado de que llevaba varias paradas como aquella e iba a un ritmo demasiado lento para circular por aquel barrio. Un barrio que aún estaba a media hora caminando de su casa y que por qué no decirlo, ofrecía el metro cuadrado más barato que cualquier otra zona de Madrid. Las bailarinas le habían advertido muchas veces que era hora de buscar otro local, más pegado al corazón de la ciudad, al bullicio, al orden... con más luz y menos solitario. Eran solo las once pero allí no había un alma.

<<Quién me mandaría a mí a irme sola a estas horas>> pensó, pero tan pronto lo verbalizó en un susurro se negó a tener que salir a ciertas horas solo por no pasar miedo, mandaba cojones que no pudiera pasear cuando quisiera... Mandaba cojones la mierda de sociedad que nos rodea, que una tenía que plantearse si las horas de salir eran las correctas, claro que lo eran, fueran las once, las tres o las cinco, eran sus horas. Respiró hondo y avanzó más rápido, qué curioso es el miedo, hace unos minutos quería ir rápido por la lluvia pero su cuerpo no respondía, y ahora sus piernas iban más rápido que su propia mente por la sensación de peligro. Se estaba abriendo la puerta del coche, y la del pecho de Mimi casi que también, por que su pulso se aceleró a tal velocidad que parecía querer salir de su cuerpo, no quería quedarse parada y tampoco seguir acercándose a ese coche.

...

6 horas antes en el aeropuerto

-Bueno Mickey, nos cuentas cualquier novedad -se acercó a abrazarla su hermano.

Su cuñada y su hermano se iban unos días de merecidas vacaciones junto a los padres de los gallegos. Casi dos años de trasnochar y sujetar biberones y el peso de dos pequeños seres diminutos que comían muy bien y no paraban quietos. Ahora entendía a esos padres primerizos que les habían advertido ya de que sería muy difícil separarse por primera vez de los hijos. Y se fiaban completamente de la más pequeña de la familia, pero no dejaban de ser dos torbellinos de golpe a cargo de una sola persona, que además, no tenía experiencia.

-Mickey, si de verdad no te ves capaz, no pasa nada, nosotros nos quedamos -volvió a soltar la maleta su madre por décima vez en media hora.

-Joder, que no, qué poca fe me tenéis. Puedo perfectamente -zanjó volviendo a sujetarle la maleta para que la cogiera de nuevo.

Su padre se limitó a despedirse y dirigirse a la puerta de embarque, que a este paso no cogían el vuelo a Tenerife.

-Claro que puedes, Miri -la abrazó fuerte su cuñada después de apretujar a aquellos dos bollicaos diminutos que aún no entendían qué pasaba, pero seguro que en unas horas empezaban a notar la ausencia de sus padres. La esperaba el arduo trabajo de entretenerlos lo máximo posible para que se acordasen lo mínimo posible.

-Escribidme al llegar, os quiero. Buen vuelo -se despidió la gallega.

Con las manos ocupadas llegó hasta el coche, donde su padre se había encargado de colocarle las dos sillitas, en ese momento se recordó no moverlas en aquellos días, porque no era para nada fácil colocarlas.

Es curioso como dos presencias tan diminutas como aquellos dos mini gallegos llenaban tanto aquel piso, hacía tanto tiempo que lo sentía vacío, que el pecho se le llenó al momento de empezar a verlos corretear por la casa. 

Antes de ponerse cómoda, se aseguró de que todos los cierres estuvieran perfectamente encajados, cocina, ventanas, llaves fuera del alcance, puertas cerradas y ningún peligro a la vista para los dos renacuajos. 

<<Todo en orden>> suspiró yendo a cambiarse. Se puso un pantalón holgado, fino para soportar el calor y un top blanco de estar por casa y se dijo mentalmente que podía, porque a pesar de la seguridad con la que se había ofrecido, Miriam estaba muerta de miedo. No era tanto verse colmada como que les pasara algo estando con ella, la culpabilidad de sentirse responsable, así que alejando esos pensamientos de su cabeza se dijo que si no había pasado nada hasta el momento, no tenía por qué pasar nada ahora. Con una sonrisa en la cara al escuchar los balbuceos de su sobrino, se giró.

-Hola, guapetón, ¿qué te pacha a ti? -lo cogió en brazos mientras entraba en calor para la tarde intensa de juegos que la esperaba cuando el timbre la distrajo de su misión.

-Ay, -suspiró aliviada- menos mal que has llegado.


KILLA / Miriam²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora