Miedo

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Septiembre, 2018

La gallega comenzaba a sentir como se le humedecían los ojos. Había pasado una hora desde que quedó con Mimi y la granadina no aparecía. Le resultaba muy extraño que le hiciera algo así, pero estaba dolida y lo entendía, aún así tenía la esperanza de poder hablar con ella. Camino al piso había arrancado a llover, y no había parado desde entonces, se había calado de arriba a abajo, la ropa se le pegaba al cuerpo mojada y cada vez más fría. Se estaba levantando mucho viento y aunque el portal la guardaba del agua, no lo hacía de la corriente fría que la hacía tiritar al entrar en contacto con su cuerpo. ¡Y encima el pelo mojado, para rematar! La gallega intentaba entretenerse contando los botones del portero automático, las baldosas del suelo, la gente que pasaba por el portal mientras imaginaba a dónde irían con ese temporal; todo, para no pensar en los truenos que empezaban a sonar cada vez más cerca, cada vez más fuerte. ¡Con el miedo que le daban a ella las tormentas! Había oscurecido y los relámpagos comenzaban a iluminar toda la ciudad, la fuerza de la lluvia había conseguido acallar una calle tan transitada como en la que vivía la granadina. Cuando llegó al portal, decidió disculparse con sus amigos e invitarlos al día siguiente a su casa, esperaba que la charla con la granadina se alargara en el mejor de los casos, y si no lo hacía no saldría de allí con ganas de ver a nadie. Llegó con la certeza de que ocurriría lo primero, esperanzada, pero a esas alturas ya ni siquiera esperaba lo segundo.

<<Por favor, que me haya dejado plantada adrede, pero que esté bien>> se decía en su cabeza haciendo un esfuerzo tremendo por no llorar. Por su cabeza pasó la idea de marcharse de una vez a su casa, con la tontería iba a caer mala. Pero su lado protector no dejaba de pensar en la posibilidad de que le hubiera pasado algo a su Mimita, el mismo lado que en sintonía con el cacao que llevaba en la cabeza comenzaba a amenazarla con ponerse a llorar allí mismo. 

Sacó su teléfono para intentar contactar con Mimi, pero la llamada entrante de la dueña de su inquietud saltó en su pantalla.

-Mimi, gracias a Dios, ¿estás bien?

-Sí. Illa, perdona que no haya avisao pero es que he tenío un percance, se me ha quedao sin batería el móvil y, como está cayendo la grande, he tenío que resguardarme en una tienda, pedir un teléfono y esperar hasta que ha llegao un taxi -se la escuchaba relatar agitada.

-Pero, ¿tú estas bien? -le preguntó más tranquila para cerciorarse.

-Sí, sí, Me acabo de montar. Voy a mi casa, me cambio y voy pa tu casa, ¿o lo dejamos pa otro día? Estoy ya llegando a mi piso.

-No quiero dejarlo para otro día -respondió con seguridad.

-Pues na, me cambio y nos vemos.

-Vale, aquí te espero.

Ni un adiós, ni un hasta luego, mucho menos un abrazo, ni un reina. Nada, frialdad, tanta que le dio miedo. El mismo miedo que se apoderó de ella cuando vio como un taxi se detenía justo enfrente del portal donde aún estaba sentada. Cuando vio salir a la granadina, se levantó al acto, aunque Mimi aún no se había dado cuenta de que la gallega estaba ahí.

-Hasta luego -la escuchó despedirse del taxista.

Corrió sin despegar la vista del suelo para no resbalar y entró al portal. Congelada, estática, estupefacta. Así se quedó Mimi al ver allí a la gallega, totalmente empapada y dando tiritones mientras se abrazaba a sí misma.

-Illa, ¿qué coño haces en un portal una hora entera con este temporal?

-Esperarte -murmuró sin atreverse a mirarla.

KILLA / Miriam²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora