No hagas eso

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Agosto, 2018

-Bueno, qué, ¿salimos ya? -preguntó Mimi impaciente retocándose el maquillaje en el baño.

Al final, la sobremesa se había alargado más de lo esperado. No era un secreto que las horas corrían cuando estaban juntos, pero ese día se les había ido el tiempo más rápido de lo normal, y claro, había terminado saliendo el tema otra vez... la granadina ya no sabía que hacer para que nadie más le sacara el tema, así que soltó todo lo que tuvo que soltar, sacó a relucir sus miedos, su incertidumbre, sus sentimientos; la respuesta de sus amigos no fue inesperada, ellos estaban ahí. Así que a medio camino entre la risa y las lágrimas se permitieron revivir anécdotas sobre sus amores frustrados.

-Cojo dinero y nos vamos -le respondió Ricky camino a su cuarto.

El canario se echó un último vistazo en el espejo del baño donde estaba Mimi.

-Ricky, déjame alguna chaqueta así mona, anda -pidió desganado al percatarse de que se había manchado la suya.

-Pero si esa es chulísima, Ago -le dijo la granadina girándose para mirarlo con un gesto de extrañeza.

-Sí, pero me manché, mira -dijo señalándose el costado derecho.

No es que fuera una mancha excesivamente llamativa, pero por lo general a nadie le gusta salir con la ropa manchada; menos aún, si salías con la intención de ligar con alguien; y ese era  el propósito de aquella noche. Los tres iban a salir a darlo todo, sobre todo Mimi que no dejaba de repetirse que una vez probara con alguien, la gallega saldría de su cabeza y de su pecho.

-Yo me iba con esa, total con la luz de la pista no se va a ver -comentó con gracia Mimi. -También te digo, tengo chaquetas mucho más bonitas que las de este maricón -dijo alzando la voz para que su amigo la oyera.

-¿Perdona? -vociferó Ricky desde su cuarto.

Los dos amigos se carcajearon por su reacción, no había nada que ofendiera más al mallorquín. Nadie podía decirle que tenía mal gusto, no se lo permitía.

-Niño, mira en mi armario y coge la que más te guste. Que no te gusta ninguna, te jodes con el de Ricarda.

Sin rechistar, Agoney se dirigió al cuarto de la granadina. No es que no confiara en el gusto de Ricky, es que conociéndolo le iba a obligar a ponerse su favorita, y era horrible. Juraría que cuando estaba entrando en el cuarto de su amiga, había escuchado el timbre, y no solo una vez. Bah, serían las ganas que tenía de salir.

El que no pasó por alto el sonido fue Ricky, que como buena maruja era capaz de oírlo a cien metros de distancia.

-¡Mimiiii! -la llamó.

-¡¿Qué quieres ahora?!

-¡La puerta!

La granadina que había escuchado a la primera, se vio incapaz de negarse. No, si ahora tendría que disculparse ante la tocapelotas de la vecina por haber puesto la música tan alta, <<¡mira que se lo tengo dicho a Ricky!>>.

-Vooy -dijo deganada. -Joder, si no pusieras la música tan alta para cocinar, Ricarda.

Por el camino, intentó hacer tiempo desoyendo las voces de sus amigos, que discutían qué prenda les combinaba mejor, a ver si así la pesada se iba antes. Madre mía, no la recordaba tan insistente, parecía que se había quedado pegada al timbre. Cuando pasaron unos minutos prudenciales desde el último timbrazo, abrió. Abrió y se encontró con una gallega desubicada a punto de bajar las escaleras. Bueno, quien dice bajar, dice hacer el intento porque parecía apunto de echarse a rodar escaleras abajo. <<Ya se me ha mareao. Mira que le tengo dicho que no coja el ascensor>>.

KILLA / Miriam²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora