En el año 499 a.C. Aristágoras de Mileto levantó el estandarte de la rebelión contra el rey Darío I de Persia y su poderoso imperio y que, pese a lograr una alianza endeble, contó con el apoyo de otras once ciudades griegas de la costa del Asia Menor para luchar por su autonomía permitiéndoles llevar la revuelta hasta las últimas consecuencias.
Sin embargo, sabiendo que no podrían conseguirlo solas, buscaron contar con el apoyo de la Grecia europea. Sin ellos, sus oportunidades de éxito resultaban escasas.
Previo fracaso en tierras espartanas, Aristágoras llegó a la ciudad de Atenas con su séquito, donde fue recibido como un igual ante la asamblea ateniense y en la que pronunció un fuerte y convincente discurso sabiendo que no podía regresar a Mileto con las manos vacías. Y no lo hizo. Apoyándose en la codicia de los aristócratas de la ciudad, defendió que los persas eran inferiores a los griegos en combate y que la riqueza del imperio proporcionaría grandes botines a los vencedores.
Así fue que, luego de varias asambleas, los atenienses acordaron enviar la ayuda que consideraron conveniente sin arriesgar demasiado sus propias filas: unas veinte galeras de combate cargadas de hoplitas. Pero Atenas no fue la única ciudad en escuchar el llamado de Aristágoras ya que la ciudad de Eretria, mucho menor que Atenas, también se hizo eco del pedido de ayuda aportando cinco galeras más, que, junto con las atenienses, sumaron en total una fuerza de dos mil hombres equipados para el combate.
La campaña había empezado favorable para los helenos, quienes desembarcaron en Éfeso y unieron sus fuerzas con los eretrios logrando así reducir a cenizas la ciudad de Sardes, capital de Jonia. Pese a ello, el general persa Artafernes no estaba dispuesto a permitir que las cosas se desmadraran más. Poco después, sitió a la ciudad de Mileto y desplazó el grueso de sus tropas para interceptar a los aliados griegos que regresaban a Éfeso. Allí libraron una batalla encarnizada que terminó en la derrota del ejército griego.
Ese mismo verano, lo que quedaba de las tropas helenas enviadas a Jonia zarparon en sus naves y regresaron a casa para no volver.
El conflicto entre persas y griegos jonios, liderados por Aristágoras duró, decantando poco a poco en favor del rey Darío I, desde finales del 499 a.C. hasta principios del 494 a.C., año en que terminaron de extinguir definitivamente todos los focos de rebelión.
Como era esperable, el poderoso rey de Persia no iba a dejar las cosas así como así. Rencoroso, soberbio, y sobre todo muy poderoso, había grabado en su mente el nombre de las ciudades que habían dado apoyo a los rebeldes. La ofensa sería saldada a sangre y fuego.
Así, Darío I planeó su nuevo objetivo: borrar de la faz de la tierra a las ciudades griegas de Eretria y Atenas. Su venganza sería implacable. Ciego de ira contra los griegos, comenzó a planificar su invasión contra ese pequeño país continental con la ayuda de sus generales.
Su obsesión llegó a tal punto, que ordenó a un consejero personal que cada noche, tres veces, durante la cena, repitiera a su oído una frase; una frase que le quitaba el sueño y que cambiaría al mundo. Una frase que traería destrucción:
"Maestro, recuerda a los atenienses".
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Hoplita: La venganza del rey
Historical FictionEn el 490 a.C., el rey Darío I de Persia inicia su venganza contra Eretria y Atenas, las ciudades griegas que apoyaron la revuelta jónica años atrás. Para ello, y con intenciones que van mucho más allá de lo que se cree, decide nombrar general conju...