"Las apariencias son una visión de lo oculto"
Anaxágoras
Atenas, un rato después.
Agobiados de tanta política y malos augurios, Theo y Polínices caminaron sin rumbo fijo aparente bajo la luz de la luna llena. Ninguno decía mucho, pese a que sus pensamientos estuvieran saturados de información, y apenas si se escuchaba la débil voz de Polínices dando indicaciones para doblar en una u otra esquina. El sonido de sus sandalias contra el piso cubría la mayor parte del vacío por la falta de conversación.
Polínices miró a Theo y resopló.
—Ya me aburrí de esta callado... Dime qué opinas, Theo —inquirió—. Quiero decir... ¿crees que un enemigo como este pueda borrarnos del mapa?
Theo lo miró de refilón y suspiró. Pensaba en lo mismo.
—No lo sé... no estoy seguro. Resulta increíble cuando te detienes un momento a pensarlo. La sola idea me provoca un nudo en el estómago.
Polínices se mostró de acuerdo y asintió con la cabeza en silencio. Theo siguió:
—¿Y qué te parece Temístocles?
—Mmm... Difícil de decir llevando solo unas horas de conocerlo, pero parece confiable, si a eso te refieres. Además, tu tío lo tiene en buena estima. Para mí eso es suficiente.
—No me refiero a si es confiable. Me refiero a él como líder. Es un hombre influyente y decidido, eso está claro. Yo lo he notado tan preocupado como confiado: como quién sabe que tiene un gran problema entre las manos, pero que cree que es capaz de resolverlo.
—Es verdad —admitió Polínices, y se encogió de hombros—. Yo creo que estamos en manos de los dioses. Mi padre dice que de no conseguir aliados pronto estaremos perdidos. Nosotros somos muy poco y ellos... bueno, si lo que dijo Temístocles es cierto, son cientos de miles. No hay mucho más que agregar a eso.
—¿Qué crees que pasaría si perdiéramos la batalla? —preguntó Theo.
La pregunta quedó en el aire sin respuesta. Como ambos sabían, si Atenas caía ya nada sería igual. Las ciudades que no se hubieran sometido por voluntad propia se verían arrasadas y quemadas hasta sus cimientos. El resto era historia pura: saqueos, violaciones, venta de esclavos. La mayoría de los hombres serían asesinados o convertidos en eunucos.
Si la revuelta jónica les había enseñado algo, era que la creatividad de los persas no conocía límites cuando se trataba de emplear métodos de tortura. Y entre ellos, destacaba el llamado "de las dos artesas"; un castigo que consistía en llevar a la víctima hasta el desierto y meterla en un cajón de madera dejando afuera cabeza, manos y pies. El verdugo le untaba estas partes con miel y se aseguraba de alimentarlo en exceso con la propia miel y con leche en mal estado, lo que le producía tremendas diarreas. Con el tiempo, esto atraía a todo tipo de insectos que formaban parásitos entre sus heces, los cuales terminaban por comerse su carne y le depositaban sus huevos en las cavidades que formaban. Sin embargo, las extremidades que quedaban fuera no corrían mejor suerte: el olor de la miel atraía grandes arañas y escorpiones, además de moscas, que gracias al abrasador rayo del sol que le llenaba la piel de ampollas, se lo comían, literalmente, vivo. Alrededor de los siete días, la persona moría.
A Theo le dio un escalofrío y se percató de que había refrescado. Se frotó los brazos con las manos y se ajustó mejor la capa delante del pecho. Luego miró a Polínices con impaciencia y cayó en la cuenta de que seguían dando vueltas sin sentido desde que dejaran atrás la casa de Temístocles. Theo fue a quejarse cuando, llegados a una calle determinada, las aparentes vueltas al azar parecieron cumplir un objetivo y Polínices se detuvo frente a una casa gigantesca.
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Hoplita: La venganza del rey
Ficção HistóricaEn el 490 a.C., el rey Darío I de Persia inicia su venganza contra Eretria y Atenas, las ciudades griegas que apoyaron la revuelta jónica años atrás. Para ello, y con intenciones que van mucho más allá de lo que se cree, decide nombrar general conju...