"La amistad de un hombre sabio es mejor que la de todos los tontos"
Demócrito
A Timón:
Querido amigo, perdóname por no haberte escrito en mejores circunstancias, pero el tiempo me apremia como nunca antes. El enemigo persa cubre Grecia con su sombra.
Por favor, ven a mi casa en Cerámico en veinte días. Saldré en unos días en una importante misión para conseguir aliados para la guerra que se avecina y que nos caerá encima como un martillo. Estaré de regreso para ese entonces.
Temístocles
Atenas, febrero de 490 a.C.
Llegaron a la ciudad de Atenas poco antes del anochecer, como estaba previsto. Theo no había dejado de quejarse durante las últimas horas del trayecto: le dolían la cola, la espalda baja y las piernas más que a ninguno.
—Ya casi estamos, sobrino, solo un poco más —respondió Timón a otra de sus quejas, y que, por el contrario de Theo, disfrutaba tanto del andar de Janto que hasta podía pegar la vuelta hacia Platea y andar todo el camino sin quejarse.
Theo intentó olvidarse de sus dolores y dejar las quejas de lado. Era la segunda vez en su vida que visitaba Atenas: la primera había sido cuando era muy pequeño y no recordaba nada. Se mostró maravillado ante las estructuras monumentales que lo rodeaban: templos, estatuas, edificios públicos y casas mucho más grandes que las que estaba acostumbrado a ver. Si pensaba que Platea era espléndida, se quedaba sin adjetivos para Atenas. Por el contrario, Polínices no se mostraba nada sorprendido; había viajado a la ciudad-estado más importante del continente en reiteradas oportunidades: en su mayoría, al acompañar a su padre en sus negocios.
Al llegar al barrio Cerámico, alejado de la zona central, las calles de la ciudad no distaban demasiado de las que conocían de Platea donde predominaban las casas bajas pintadas de blanco con puertas de color rojo o azul. Hicieron el último tramo hasta la casa de Temístocles a pie, guiando a sus caballos por las riendas.
El sol comenzaba a ocultarse cuando Timón le habló al guardia apostado en la puerta de la casa del ateniense y pidió que avisara de su llegada.
—¿Tiene un documento que constate su invitación? —preguntó el guardia.
—¿Un documento? —preguntó Timón—. ¿Qué, la nota esa?
—La carta donde se demuestra que mi señor Temístocles lo invita a venir a su casa. Sí, la nota esa.
Timón abrió los brazos exagerando el gesto y miró por arriba del hombro del guardia, hacia la puerta de entrada.
—Pues no la he traído ¿Para qué la querría? ¡Ya la leí!
—Solo con aquel documento puedo estar seguro de que usted es quien dice ser y que ha sido invitado a esta casa, tal y como afirma.
—Mira, muchacho... Este de aquí es mi sobrino —dijo señalando a Theo.
—Hola —saludó Theo levantando una mano.
—Le duelen la espalda y las piernas. Vengo soportando sus lamentos desde hace horas y tiene el culo pelado de montar.
—Bueno... no tanto... —añadió Theo.
—¡Nómbrale a Gavril, tío! —sugirió Polínices.
—¡No tengo que nombrar a nadie! —soltó de mal humor, y miró al guardia a los ojos—. Ve a buscar a Temístocles y dile que Timón ha llegado desde Platea, como él me ha pedido que hiciera. O pasaré por arriba tuyo e iré yo mismo a buscarlo.
ESTÁS LEYENDO
Hoplita: La venganza del rey
Historical FictionEn el 490 a.C., el rey Darío I de Persia inicia su venganza contra Eretria y Atenas, las ciudades griegas que apoyaron la revuelta jónica años atrás. Para ello, y con intenciones que van mucho más allá de lo que se cree, decide nombrar general conju...