"Cada lágrima enseña a los mortales una verdad"
Platón
Platea
Marzo de 490 a.C.
—Ni bien entre a la casa, esperaremos un poco más. Hay que dejar que lo asimile —dijo Dru.
Su siniestra sonrisa dejó al descubierto su dentadura perfecta; blanca como el mármol. Drakon asintió con gesto serio; no compartía el aparente entusiasmo de su hermano. Tuvo un chucho de frío y cerró los ojos levantando la cabeza en dirección al sol, dejando que los primeros rayos de la mañana calentaran su piel.
Su padre volvería de su caminata matutina de un momento a otro, mientras ellos se mantenían ocultos detrás de la pared de una casa vecina.
Drakon temblaba ligeramente: se frotó los brazos con las manos y volvió a mirar hacia el disco dorado del sol, impaciente ante su andar perezoso.
—¿Tienes frío, hermano? —le preguntó Dru.
Drakon distinguió el tono burlón de aquellas palabras.
—Algo, sí. Algo de frío —respondió sin muchos deseos de hablar del tema.
—¡Ja! Pronto se te pasará... —Dru sonrió entornando los ojos.
Drakon sintió un súbito manotazo en el pecho que lo empujó hacia atrás. Miró a Dru sin ocultar su enfado. Pensó en darle un buen empujón y sentarlo de culo en el suelo, pero Dru estiró su dedo índice señalando hacia la casa: se acercaba su padre.
—Bien. Espera a que entre, no te precipites —dijo Dru.
—¿Por qué dices "espera"? ¿Tú no entrarás?
—No, yo no.
—Pensé que vendrías conmigo —respondió Drakon.
—No, Drakon, entrarás ahí solo.
—Creí que haríamos esto juntos... ¡Me dijiste que estarías conmigo! —le gritó.
—¡Y estaré! Pero no así...
—¿Qué quieres decir? ¿Por qué todo es siempre tan confuso contigo? —preguntó agitado.
—Relájate un poco... respira. Apoyo tu decisión, hermano, pero te estaré esperando aquí afuera. Y punto.
—¿Mi decisión? —preguntó Drakon.
—Sí, la tuya... esto es lo que tú querías. Ahora ya no puedes echarte atrás. Mis manos están manchadas de sangre. Ya te ayudé, ¿no es así?
—Sí... —Drakon repasó en su mente las horas pasadas y se dio cuenta de que había olvidado la mayor parte de ellas.
—Ahora serás tú quien manche las suyas.
—Pero... nuestro odio... lo odiamos, lo odiamos tanto que no podemos... —Drakon se llevó una mano a la garganta—, respirar.
—No, Drakon, te equivocas. Tú lo odias, no yo. Nada tengo que reprocharle a ese hombre, él me dio la vida. Me hizo ser quién soy. Es mi padre.
—¿Y por qué...?
—¿Por qué estoy contigo en esto? ¿Por qué te ayudo? Porque tú eres mi hermano mellizo, somos la misma sangre, un mismo ser. Solo puedo odiar a nuestro padre a través de ti, Drakon. Hago esto por ti. ¿Sabes que es así, verdad?
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Hoplita: La venganza del rey
Historical FictionEn el 490 a.C., el rey Darío I de Persia inicia su venganza contra Eretria y Atenas, las ciudades griegas que apoyaron la revuelta jónica años atrás. Para ello, y con intenciones que van mucho más allá de lo que se cree, decide nombrar general conju...